Viernes, 26 de Abril del 2024
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Más allá del fallo de La Haya

Publicado el 13/02/14

Más familiarizados con el lenguaje futbolístico que con el jurídico, la mayoría de peruanos esperaba que los entendidos tradujeran de manera clara y precisa el dictamen de la Corte Internacional de Justicia de La Haya. En buena cuenta, deseaban saber si Perú había obtenido un triunfo, una derrota o un empate. Esto se pudo apreciar claramente cuando un grupo de personas reunidas en la Plaza de Armas de Lima no sabía cómo reaccionar después de haber escuchado íntegramente el fallo. Para sorpresa de todos, el primero en pronunciarse fue Alan García Pérez, quien hacía pocos días había distendido el ambiente con un poema jocoso poblado de bovinos, cetáceos e insectos (1). “No es todo lo que queríamos ganar, pero hemos recuperado 60% de lo demandado”, señaló el ex mandatario. Inequívocamente se trataba de un triunfo de Perú sobre Chile. Varios minutos después, algunos medios de comunicación, entre ellos Andina, incrementaron el porcentaje de ganancia en casi 70%, equivalente a 50.284 kilómetros cuadrados de mar, que se podía graficar en un triunfo de Perú sobre Chile de 2 a 1.

Con el correr de los días fueron apareciendo nuevos puntos de vista sobre el fallo. Algunos llegaron a considerar que no se podía hablar de un triunfo; que, en el mejor de los casos, era un empate. Que si bien hemos recuperado 50.284 kilómetros cuadrados de mar, no es menos cierto que hemos perdido 80 millas, saliendo perjudicados los pescadores industriales. Una perspectiva nada complaciente pero igualmente válida aducía que no había razón para festejar pues el Perú había perdido mucho más de lo que había ganado. Todo el territorio marítimo en disputa le pertenecía al Perú y el fallo de La Haya le ha concedido a Chile en forma definitiva 16, 353 Km2. Además, el área recuperada por Perú no es de 50.284 kilómetros cuadrados sino de 21, 928 Kilómetros cuadrados, siendo este último de un valor económico muy inferior, a diferencia del área cedida a Chile, que, además de estar colindante con la costa, posee un gran potencial pesquero. Como si esto no fuese suficiente, La Haya ha dejado como tarea pendiente la potestad de una superficie de tres hectáreas que están siendo ocupadas por Chile, pero que le pertenecen al Perú, según lo establece el Tratado de Lima (1929) y su Protocolo Complementario (1930).

¿Cómo es posible que hubiese puntos de vista tan disímiles respecto a un dictamen? ¿Es que La Haya nos ha proporcionado una suerte de caleidoscopio, susceptible de ser observado de múltiples maneras?  Para poder entender el documento de La Haya es imperioso acudir a la historia.  Y lo primero que debemos decir es que el Perú a lo largo de su historia republicana ha perdido considerables extensiones de territorio. En 1821 se calcula que la superficie peruana era de 2,139, 389 Km2; en 1890 poseía 2.054,032; y en la actualidad cuenta con 1.285,215.60 Km2. Esta reducción dramática de su territorio se debió a conflictos  con los países vecinos. Ya sea porque se resolvieron por la vía armada o por la vía pacífica, el Perú siempre acabó por ceder extensas áreas territoriales. ¿No es sintomático que haya perdido más por la vía pacífica que por la armada? Con Ecuador perdimos en total 107,794 Km2; con Colombia, 120,272 Km2; con Brasil, 451,284 Km2; y con Bolivia, 91,726 km2. Como consecuencia de la derrota en la Guerra del Pacífico, a Chile le cedimos 64.191 Km2 de territorio. Si ponemos de manifiesto este inventario de cesiones territoriales es para dejar en claro que los gobiernos de turno, por incompetencia, negligencia o generosidad (que el país vecino interpretaba como debilidad), no supieron cuidar ni defender el territorio nacional.

Muchos años antes que se produjera la Guerra del Pacífico, Chile mostraba una política expansionista, a diferencia de Perú en el que al parecer predominaba una política reduccionista. Desde que se conformó la Confederación Peruano-Boliviana, Chile hizo todo lo que estuvo a su alcance para destruirla, pues la consideraba un peligro para sus intereses políticos, militares, sociales y económicos. Conocida es la carta que el ministro Diego Portales le dirigió al almirante Manuel Blanco Encalada (2). La invasión de Chile a Antofagasta (territorio boliviano antes de la guerra y muy rica en salitre) se inició por la vía económica. Un desacuerdo del presidente boliviano, Hilarión Daza, con el gobierno chileno trajo como consecuencia la ruptura en las relaciones y la ocupación militar. Al estar el Perú comprometido con Bolivia a través de un pacto secreto, Chile le declaró la guerra al Perú. El epílogo de la guerra no pudo ser más lamentable para el Perú: Mediante un Tratado de Paz firmado en Ancón el Perú pierde definitivamente Tarapacá y por espacio de diez años Arica y Tacna permanecerán en poder de Chile. Sin embargo, Chile no cumple con lo pactado y recién, después de 46 años, con la firma del Tratado en Lima, el Perú recupera Tacna pero pierde de manera definitiva Arica.

A pesar de los innumerables episodios donde se demuestra claramente las intenciones expansivas de Chile, los gobiernos de turno no llevaron a cabo ninguna política para contrarrestarlas. Por el contrario, procedieron con la misma disposición, dejando que el país sureño aprovechase cualquier situación para sacar ventajas, por ejemplo, firmando documentos susceptibles de repercutir en contra de los intereses nacionales: La Declaración de Santiago (1952), el Acuerdo de 1954, los Acuerdos de los Faros de 1968 y 1969. Como era de esperarse, la Corte Internacional de Justicia en la Haya dictaminó teniendo presente estos documentos. Al respecto es digno de destacar lo que dice el diplomático peruano José Antonio García Belaunde, quien se encargó de entablar la demanda ante la Corte Internacional de Justicia en la Haya: “si no existía un tratado de límites propiamente dicho, sí existía el convenio fronterizo de 1954, cuya redacción aludía a un paralelo como frontera marítima. Ese instrumento fue desde el principio nuestro punto más débil.  La única manera de disimularlo era tratando de acotarlo a la pesca artesanal de navíos sin instrumentos. No era esperable que la Corte ignorase el documento ni las notas diplomáticas de 1968 y 1969, que concurren con el propósito del convenio de 1954, es decir, definir  una zona de tolerancia para la pesca a cada lado del paralelo. Por ello, sí estábamos preparados para que el fallo estableciera una extensión de paralelo como límite marítimo entre los dos países”.

Queda claro, pues, que la demanda presentada por el gobierno peruano (16 de enero de 2008) ante la Corte Internacional de Justicia en La Haya no tenía otro objetivo que el de subsanar errores cometidos en el pasado, que fueron astutamente aprovechados por Chile y que le permitieron adjudicarse 38.28 kilómetros cuadrados de mar territorial y explotar su riqueza pesquera por más de medio siglo. Ahora bien, ¿se puede sostener que el dictamen de la Corte Internacional de Justicia en La Haya le ha sido favorable a Perú? Al recuperar 21, 928 Kilómetros cuadrados de los 38.28, ¿se puede colegir que se derrotó a Chile? ¿El territorio marítimo recuperado posee un mayor valor ictiológico que las 80 millas cedidas a Chile? ¿Debemos festejar a pesar de que Tacna, “La ciudad heroica”, se quedó para siempre con 20 millas y no con 200 millas como todos los departamentos de la costa? Con precedentes que dan cuenta de la poca o nula disposición de Chile para respetar acuerdos firmados, ¿debemos confiar en que va a respetar y cumplir el fallo en su totalidad? ¿Tenemos razones para creer que Chile va a respetar el Tratado de Lima (1929) y que, por tanto, va a devolverle al Perú el denominado triángulo terrestre (3.7 hectáreas)? Si para entender el fallo era necesario recurrir a la historia, para valorarlo requeriremos de un prisma que nos permita focalizar el dictamen desde el ángulo que nos parezca el más apropiado.

Por. RVP

 

NOTAS:

 

(1)                                                                                                                       “Morro del sol, enero trece”

(Poema del ex presidente en alusión al 13 de enero, fecha de la batalla de San Juan)

                                                                                                                    A Godi Szyszlo, pintor y humanista

I

Ola, manto de fraile, 
murmullo de las almas,
sacude con tu espuma, 
el tiempo y el mugido
de esta bovina roca.
Ayer el tren de la tarde 
trajo al juez y al tendero,
sus libros, su martillo, 
mas su grave destino 
sin retorno de aurora. 
¡A morir en el Morro! 
En el Marcavelica, 
encornado de antenas,
y en el monte La Virgen, 
del cura enamorado,
que abrazado a la luna, 
bajó al mar infernal.

II      
          
Jueves trece, negra el alba,
negro de acero el clarín,
viento negro encubridor.
Y a lo lejos, la ciudad, 
la vaca del Nuevo Mundo
tiembla sus ubres y pasta
cantando nanas de adiós.
Blasón, heraldo, rey rojo,
estrofa de terracota,
¡oh gran ballena varada!,
bajarás al redondel.

Y ola tras ola, sin fin, 
te sitiarán las hormigas,
te acosarán los gusanos

Y hora tras hora, sin fin, 
tus blancas y abiertas venas, 
de hombres libres de Trujillo,
de Huánuco y Cajamarca,
caerán entre las nubes, 
de pecho y de ojos abiertos
por tanta metralla y odio, 
por tanta rojiza bruma.

III

Pero es alba de infortunio, 
y aunque el morro aún resiste
la línea cayó en San Juan.
Y entonces, toro de sal, 
nadie más vendrá por ti,
no temblará Pachacamac, 
ni el Cristo de los milagros.
Y el Huáscar encadenado, 
el mismo cañón de Grau,
desgarrará tus entrañas,
amenazando las ubres
de tu hembra amurallada
.

IV

Ya es de noche al mediodía, 
morro niño, solitario, 
negras nubes en los andes, 
te amortajan de sol negro.
Héroes y semidioses
rodaron por tus caderas,
cataratas de dolor,
como rejones de muerte.
Y en seis horas, solo en seis,
con el permiso de dios, 
manto a balazos raído,
burel de piedra, caíste.

V

Noche, la luna gime, 
mares de sangre en su piel.
Las islas son tu ataúd,
piedras te lloran los peces 
y te arrullan tiburones, 
sus aletas son tus cirios.
Morro, cerro expiatorio, 
paradojal cordillera,
te mataron brutamente, 
estoqueado a cañonazos,
un puñal en vez de espada.
Y con la artera puntilla,
doblaste tus finas patas,
como Islero y Bailaor
los que matando murieron.
Y más allá, en la llanura,
Vaca huérfana y preñada
de todos abandonada,

Lima oyó el final mugido,
Y el ande entero tembló.

VI

Trece, trece, solo trece,
fue trece cuando moriste,
morro de tierra hecha sol
y Gólgota de la raza.
Pero al cabo, has de volver, 
ceño fruncido de piedra. 
Y entonces, Lázaro hermano,
¡Haz, Señor, tu voluntad!
Contigo volverá el orgullo, 
contigo comenzará el mar.

 

(2) Sr. Don Manuel Blanco Encalada

Muy apreciado amigo:

Es necesario que imponga a usted con la mayor franqueza de la situación internacional de la República, para que usted pueda pesar el carácter decisivo de la empresa que el Gobierno va a confiar a usted dentro de poco, designándolo como Comandante en Jefe de las fuerzas navales y militares del Estado en la campaña contra la Confederación Perú-Boliviana. Va usted, en realidad, a conseguir con el triunfo de sus armas, la segunda independencia de Chile. Afortunadamente el camino que debe recorrer no le es desconocido: lo ha seguido en otra época en cumplimiento de su deber y depatriota, y de esas dos virtudes supo extraer glorias y dignidades para la patria.

La posición de Chile frente a la Confederación Perú-Boliviana es insostenible. No puede ser tolerada ni por el pueblo ni por el Gobierno, porque ello equivaldría al suicidio. No podemos mirar sin inquietud y la mayor alarma, la existencia de dos pueblos confederados y que, a la larga, por la comunidad de origen, lengua, hábitos, religión, ideas, costumbres, formarán, como es natural, un sólo núcleo. Unidos estos dos estamos, no más sea que momentáneamente, serán siempre más que Chile en todo orden de cuestiones y circunstancias. En el supuesto que prevaleciera la Confederación a su actual organizador, y ella fuera dirigida por un hombre menos capaz que Santa Cruz, la existencia de Chile se vería comprometida. Si por acaso, a la falta de una autoridad fuerte en la Confederación, se siguiera en ella un período de guerras intestinas que fuese obra del caudillaje y no tuviese por fin la disolución de la Confederación, todavía ésta, en plena anarquía, sería más poderosa de que la República. Santa Cruz está persuadido de verdad; conoce perfectamente que por ahora, cuando no ha cimentado su poder, ofrece flancos sumamente débiles, y estos flancos son los puntos de Chile y Ecuador. Ve otro punto, pero otro punto más lejano e inaccesible que lo amenaza, y es la Confederación e las Provincias Unidas del Río de la Plata. Por las mismas regiones que fueron el Alto Perú, es difícil amagar a Lima y a la capital boliviana en un sentido militar, pero el cierre de las fronteras platenses no dejará de dañarle, por una parte, y no le permitirá concentrar su ejército en un punto, sino repartirlo en dos o tres frentes: el que prepare Chile, el que oponga el Ecuador o el que le presente Rosas.

El éxito de Santa Cruz consiste en no dar una guerra hasta que su poder se haya afirmado; entrará en las más humillantes transacciones para evitar los efectos de una campaña, porque sabe que ella despertará los sentimientos nacionalistas que ha dominado, haciéndolos perder en la opinión. Por todos los medios que están a su alcance ha prolongado una polémica diplomática que el Gobierno ha aceptado únicamente para ganar tiempo y para armarnos, pero que no debemos prolongar ya por más tiempo, porque sirve igualmente a Santa Cruz para preparar una guerra exterior. Está, pues, en nuestro interés, terminar con esta ventaja que damos al enemigo.

La Confederación debe desaparecer para siempre jamás del escenario de América. Por su extensión geográfica; por su mayor población blanca; por las riquezas conjuntas del Perú y Bolivia; apenas explotada ahora; por el dominio que la nueva organización trataría de ejercer en el Pacífico, arrebatándonoslo; por el mayor número también de gente ilustrada de raza blanca, muy vinculadas al influjo de España que se encuentran en Lima; por la mayor inteligencia de sus hombres públicos, si bien de menos carácter que los chilenos; por todas estas razones, la Confederación ahogaría a Chile antes de muy poco. Cree el Gobierno, y éste es un juicio también personal mío, que Chile sería una dependencia de la Confederación como lo es hoy el Perú, o bien la repulsa a la obra ideada con tanta inteligencia por Santa Cruz, debe ser absoluta. La conquista de Chile por Santa Cruz no se hará por las armas en caso de ser Chile vencido en la campaña que usted mandará. Todavía se conservará su independencia política. Pero intrigará en los partidos, avivando los odios de los parciales de los O’Higgins y Freire, echándolos unos contra otros; indisponiéndolos a nosotros con nuestro partido, haciéndonos víctimas de miles de odiosas intrigas. Cuando la descomposición social haya llegado a su grado más culminante, Santa Cruz se hará sentir. Seremos entonces suyos. Las cosas ya caminan a ese estado. Los chilenos que residen en Lima están siendo víctimas de los influjos de Santa Cruz. Pocos caudillos de América pueden comparársele a éste en la virtud suprema de la intriga, en el arte de desavenir los ánimos, en la manera de insinuarse sin hacer sentir para ir al propósito que persigue. He debido armarme de una entereza y de una tranquilidad muy superior, para no caer agotado en la lucha que he debido sostener con este hombre verdaderamente superior, a fin de conseguir una victoria diplomática a medias, que las armas que la repúblicaconfía a su inteligencia, discreción y patriotismo, deberá completar.

Las fuerzas navales deben operar antes que las militares, dando golpes decisivos. Debemos dominar para siempre en el Pacífico: ésta debe ser su máxima ahora, y ojalá fuera la de Chile para siempre fuerzas militares chilenas vencerán por su espíritu nacional, y si no vencen contribuirán a formar la impresión que es difícil dominar a los pueblos de carácter. Por de contado que ni siquiera admito la posibilidad de una operación que no tenga el carácter de terminante, porque esto es lo que…

(Falta parte de la carta, escrita a puño y letra de Portales)

Diego Portales



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