Miercoles, 11 de Diciembre del 2024
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Joachim Kroll, el ‘caníbal de Ruhr’ que atraparon por atascar el baño

Publicado el 23/10/20

Oscar Müller se disponía a entrar en el baño compartido de su edificio cuando se topó con su vecino Joachim Kroll, que le advirtió de que el inodoro se había atascado. “¿Qué pasa?”, preguntó el primero. “Tripas”, creyó escuchar. De inmediato, Müller se acercó al váter y comprobó horrorizado que flotaban pequeños trozos de carne en el agua. Inmediatamente, el joven corrió escaleras abajo para pedir ayuda. Poco después, varios policías registraron el apartamento de Kroll y hallaron: el cadáver mutilado de una niña de cuatro años y varios paquetes de carne humana guardados en el congelador. Acababan de cazar al ‘caníbal de Ruhr’, uno de los asesinos en serie más depravados de Alemania Occidental.

A lo largo de su confesión, Kroll relató que durante veinte años cometió, al menos, catorce crímenes y decenas de violaciones. El tribunal lo condenó a nueve cadenas perpetuas.

La granja

Nacido el 17 de abril de 1933 en Hindenburg, provincia de la Alta Silesia (actualmente parte de Polonia), Joachim Georg Kroll creció en una familia sin apenas recursos económicos, siendo el pequeño de ocho hermanos, sin un padre presente (murió en la Segunda Guerra Mundial), con una constitución enclenque y débil, de la que sus compañeros de clase se burlaban, y con un coeficiente intelectual tan por debajo de la media que le obligó a abandonar los estudios.

Fue en aquella época, en 1947, cuando Joachim comenzó a fantasear con matar a personas. Los Kroll se acababan de mudar a Alemania Occidental (Renania del Norte) y el joven trabajaba en una granja donde le enseñaron a desollar animales. Esto generó en él un impulso criminal que llevó a la práctica ocho años después. No fue lo único.

Aquella adolescencia, donde el despertar sexual era inevitable, supuso un momento de represión al no encontrar chicas de su edad con las que satisfacer sus estímulos. Este conjunto de factores supuso tal grado de frustración y resentimiento, que terminó recurriendo a la violación como el único modo posible de complacer sus deseos sexuales.

La primera vez que Kroll dio rienda suelta a su depravación fue el 8 de febrero de 1955. Tenía 21 años. Encontró a Irmgard Strehl, de 19 años, paseando por una carretera rural próxima a Walstedde, la abordó y, cuando esta trató de zafarse, la arrastró a un granero próximo, la apuñaló en el cuello y la violó con furia. Para asegurarse de que estaba muerta, la estranguló y abandonó su cadáver a pocos metros de una vereda.

Dos años después, Joachim se trasladó a Duisburgo para trabajar como limpiador de baños públicos en el distrito de Laar. Desde aquí viajaba a pueblos cercanos en busca de víctimas, principalmente a zonas boscosas y más aisladas. Cuatro años tardó en volver a actuar, pero cuando lo hizo mató por partida doble. Primero, a Klara Tesmer, de 24 años, y un mes después, a Manuela Knoot, de 16.

El asesinato de Klara fue un antes y un después en la carrera criminal de Kroll porque inició su particular ritual caníbal: destripó a la joven, se llevó partes de su cuerpo y se las comió una vez cocinadas. Lo mismo hizo con Manuela, a la que extrajo trozos de los muslos y las nalgas. De nada sirvió que el depredador dejase rastros de semen y saliva en las escenas de los crímenes: la Policía señaló a Heinrich Ott como el verdadero responsable. Pero su injusta detención terminó trágicamente. El hombre se suicidó a la espera de juicio.

Canibalismo

Los asesinatos cesaron hasta 1962, época en la que Kroll mató a tres víctimas de entre doce y trece años: Petra Giese, Monika Tafel y Barbara Bruder. En todos ellos, las niñas fueron violadas, estranguladas y devoradas sádicamente, y una vez más, cortó y se llevó algunas partes blandas de sus cuerpos.

Pese a las semejanzas encontradas en los tres crímenes, la Policía descartó que se tratase del mismo autor al producirse en distintas ciudades. Así que buscaron cualquier sospechoso con antecedentes por pedofilia y detuvieron a aquellos que no tenían coartada para la noche de autos. Dos de ellos fueron condenados por las muertes de Petra y Monika mientras, una vez más, Joachim se iba de rositas.

Un nuevo periodo de enfriamiento hizo creer a los investigadores que, pese a los seis homicidios anteriores, ninguno estaba relacionado entre sí y, por tanto, no se trataba de un asesino en serie. ¡Cómo se equivocaban! Desde 1965 y hasta 1970, Kroll asesinó a cinco mujeres y a un hombre, este último novio de una de las víctimas al intentar salvarla.

A lo largo de veinte años, Kroll desarrolló una especie de rutina criminal, casi siempre la misma, para abordar y asesinar a sus víctimas. Esta consistía en lo siguiente: cogía un medio de transporte público que lo llevase a una ciudad o un pueblo lejos de su residencia habitual, caminaba en busca de un lugar apartado (zona boscosa, senderos) hasta dar con su objetivo, para después perpetrar el asalto.

Aunque los ataques sexuales podían parecer similares, Kroll no tenía un método exacto. Es decir, su modus operandi era prácticamente distinto con cada víctima. Ciertamente, encontramos similitudes en la ejecución porque todas fueron estranguladas, pero no siempre empleaba sus manos, a veces también se valía de objetos como pañuelos. Ocurría lo mismo con la antropofagia. Si bien, habitualmente cortaba trozos de los cuerpos, el modo de hacerlo variaba en función de sus necesidades. De ahí la dificultad en realizar un perfil certero del sospechoso y encontrar un patrón común. Las equivocaciones policiales se dieron una y otra vez, hasta el punto de detener erróneamente a otros cuatro sospechosos más.

Por otra parte, de nada sirvió que Gabriele, una de sus víctimas de diez años, lograse escapar de sus garras, porque temiendo por su vida se calló y ocultó el incidente durante más de diez años. Fue el propio agresor quien reveló este detalle a los agentes tras su detención. Después de este ataque llegaron cuatro asesinatos más: el último supuso el fin del reinado violento de Kroll.

Las tuberías

Era el 3 de julio de 1976 cuando la pequeña Marion Ketter, de cuatro años, desapareció cuando jugaba en un patio de recreo próximo a su casa. Sus padres, alertados al ver que su hija no regresaba, la buscaron frenéticamente por todos los lados, preguntaron a los vecinos hasta y, al final, acudieron a la comisaría. Durante toda la mañana, varios agentes peinaron la zona en busca de la pequeña hasta que Oscar Müller, residente de Duisburgo, les alertó de un terrible hallazgo.

El joven explicó que había carne humana flotando en el váter y obstruyendo la tubería de desagüe del edificio, y que su vecino, Joachim Kroll, era el responsable. Rápidamente, varias patrullas se personaron en el piso del asesino y hallaron el cuerpo desmembrado de la pequeña. El limpiador, tranquilo y con gran indiferencia, confesó un total de catorce crímenes.

Durante el registro de la vivienda, los investigadores, además de toparse con el cadáver de Marion, descubrieron paquetes con carne humana que el caníbal guardaba tanto en la nevera como en el congelador. Entre ellos, los de la niña recién asesinada. Aunque lo más espeluznante sucedió cuando sacaron una mano del guiso que, en ese momento, Kroll estaba preparando con zanahorias y patatas.

La confesión de cada uno de los crímenes fue sobrecogedora, sobre todo cuando admitió no recordar otros muchos cometidos durante los últimos veintiún años. Aquello trastocó a los investigadores: acababan de encontrar al asesino en serie que había estado atemorizando a toda una región de Alemania Occidental. Gracias a un baño atascado, cazaron al ‘caníbal’ o al ‘cazador’ de Ruhr.

A sus 43 años, Kroll colaboró arduamente con la Policía en la reconstrucción de los hechos. Los llevó hasta los lugares de los asesinatos y, como si de un actor se tratase, mostró cómo atacaba y mataba a sus víctimas. La precisión de su relato dejó impresionados a todos.

La fiscalía acusó al detenido de trece homicidios y de un intento de asesinato, pero solo pudieron demostrar ocho por falta de pruebas (algunos se cometieron veinte años atrás). El juicio, que comenzó el 4 de octubre de 1979, se alargó durante 151 días, tiempo en el que Kroll prometió someterse a una intervención quirúrgica para eliminar sus impulsos sexuales. Ni esto se produjo ni tampoco su falsa promesa le libró de la condena. El tribunal lo sentenció a nueve cadenas perpetuas y fue trasladado a la prisión de Rheinbach. Murió el 1 de julio de 1991, a los 58 años, de un ataque al corazón. Aquellos que investigaron su caso siguen sin entender el comportamiento perturbador de este caníbal germano. Kroll jamás se arrepintió de sus actos.



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