Shirley Arica. Desde hace muchos años la distancia entre las canchas de fútbol y las pasarelas se ha estrechado considerablemente. Las modelos necesitan de un punto de apoyo económico y publicitario para consolidar su carrera; los futbolistas, de una actividad que les permita distenderse de la rigidez de los entrenamientos y de las exigencias de los partidos. De piel canela, baja de estatura y nariz pequeña, pero con una mirada penetrante, pechos desafiantes y un derrière demoledor, Shirley Arica alborotó las portadas de los diarios con una revelación sobre Reimond Manco (2010). El jugador había invitado a la modelo para ir a Chiclayo. En un primer encuentro Reimond le pidió tener una relación sentimental y Shirley le contestó que lo iba a pensar. “Déjame masticarlo” le remarcó. Sospechando que su vacilante respuesta se debía al miedo de tener al frente a un astro del fútbol, el jugador le dijo: “Tócame que soy realidad”. La modelo repitió mentalmente varias veces la expresión pero no para calibrar su contenido, sino para tratar de entender al cretino que la profirió. Shirley daba por descontado que, cuando Reimond la invitó a Chiclayo, le pagó los pasajes y le envió a su mayordomo para llevarla al aeropuerto, sus encantos físicos habían doblegado su ego hasta ponerlo de rodillas. Con argumentos físicos suficientes como para hacer sucumbir al futbolista más exigente, era Reimond quien debía tocarla a fin de asegurarse de que era realidad. Y si pretendía ingresar a su fabulosa anatomía, explorar los lugares más recónditos de su ser y activar sus zonas más sensibles, solo exigía tres condiciones: cortesía, amabilidad y afecto. Pero estaba claro que había cifrado demasiada expectativa en Reimond, quien había demostrado que no era otra cosa que un creído, un patán y un ridículo.
Tilsa Lozano. Musa inspiradora del jugador Juan Manuel Vargas, más conocido en el ámbito local como el “Loco” Vargas. La modelo se encargó de hacerle ver que, a pesar de estar casado y con hijos, y de contar con una casa lujosa, un automóvil último modelo, relojes de las mejores marcas y vestimenta europea, su vida era insípida, vacía y sin sentido, en buena cuenta, miserable. Su despampanante figura de metro setenta y tres de estatura, sus movimientos inquietantes de cadera y su tono de voz y maneras de chiquilla consentida, perturbaron la solidez de su posición en el mundo, removieron los cimientos de sus principios morales y reestructuraron totalmente su concepto de felicidad. A lo largo de dos años, el “Loco” se apartó de su familia y desplazó su máxima pasión, el fútbol, a un segundo plano. Toda su atención la concentró en Tilsa Lozano, su felicidad en carne y hueso, con la cual podía, jugar, disfrutar y desvariar. Para recuperar el equilibrio emocional y enrumbar su carrera profesional, requirió de la voluntad mancomunada de su familia y amigos. Tilsa, por su parte, no pudo soportar la traición de un hombre que luego de dos años de relación terminara con ella y regresara con su esposa e hijos, razón por la cual decidió participar en el programa televisivo El valor de la verdad a fin de ventilar su relación en dos capítulos. Así como no permitió que factores económicos contaminaran su relación, motivo por el cual rechazó el departamento que el “Loco” le propuso en Italia, de la misma manera no dejó que el dinero que iba a obtener por su participación en el programa televisivo afectara su versión de los hechos. Su escultural anatomía podrá oscilar en las pasarelas del mundo, pero su honra, su imagen y su prestigio jamás.

Yahaira Plasencia. Forjadora de su propio destino, Yahaira Maciel Plasencia Quintanilla supo desde muy temprana edad cuáles eran los cambios corporales y faciales que debía realizar a fin de mejorar su imagen, así como también cuáles eran los espacios donde debía explotar al máximo sus indiscutibles talentos. Invirtió cerca de 15,000 dólares en perfilar su rostro, emparejar sus dientes, reducir su masa abdominal y afinar sus prominentes pechos. Concluida la construcción de su nueva persona, Yahaira Plasencia delimitó con suma agudeza cuáles eran las coordenadas donde debía desarrollar su carrera artística: centros comerciales, pasarelas, escenarios y campos de fútbol. Como anfitriona y modelo superó con creces las expectativas cifradas en ella, pero como cantante y bailarina no tuvo quien la igualara ni mucho menos la superara. Sin embargo, es en el arte de la seducción donde cosechó sus mayores logros, logros que no fueron fruto del azar sino de una elaborada estrategia consistente en estudiar detalladamente a sus candidatos, seleccionarlos con tino y concertar citas inopinadas. No le tomó mucho tiempo darse cuenta de que las relaciones con sus preciadas conquistas no eran otra cosa que la prolongación de un encuentro de fútbol: un espacio delimitado, relaciones públicas, reglas de juegos propios, avances y retrocesos, ataque y defensa, y en el culmen del día, anotaciones, hartas anotaciones. Y si su pareja había tenido un mal partido, estaba compelida a hacer todo lo posible para ayudarla a sortear los obstáculos que no pudo sortear, a convertir los goles que no pudo convertir, a ganar el partido que no pudo ganar. Con este gasto ingente de energías, Yahaira Plasencia no solo consolidaba el vínculo con su pareja, sino que construía los cimientos sobre los cuales iba a edificar sus exigencias materiales. Hernán Hinostroza, su primer novio futbolista, tuvo que hacer denodados esfuerzos para cumplir con su musa: un departamento para toda su familia y la manutención de todos sus integrantes. Empero, Hernán Hinostroza no fue la valla más alta que superó en su trayectoria artística; Yahaira Plasencia sedujo a uno de los jugadores peruanos más cotizados del mercado internacional: Jefferson Farfán, un dribleador irreverente, titular indiscutible en la selección nacional, triunfador en un medio tan exigente como el fútbol europeo; en suma, un moreno de oro de 24 quilates. Mediante un bamboleo excitante, frenético e hipnótico, la Reina del Totó suspendió por varios segundos las facultades cognitivas y volitivas del delantero para luego incrementarle su ritmo cardiaco, desorientarle su sistema hormonal y descomponerle su reloj biológico. Cuando se despertó del éxtasis libidinal, sintió que se había despojado de un peso descomunal. Atando cabos descubrió que se trataban de las rígidas ataduras maritales y familiares, y las responsabilidades profesionales para con su club y con la selección. Ya ligado oficialmente a ella, Jefferson Farfán se fue a jugar a Turquía, a más de 18 horas de viaje por avión. Yahaira Plasencia se quedó en Lima y se sintió sola, abandonada y descorazonada. ¿Qué debía hacer ahora que su pareja se encontraba a miles de kilómetros de distancia? ¿Jugar solitario en su cuarto? ¿Bailar el Totó entre cuatro paredes? ¿Leer el Kama Sutra echada en su cama? Solo cabía una solución: buscar un reemplazante. En el fútbol, si el titular no se encuentra disponible, el suplente se encarga de cubrir su puesto. Eso sí, por respeto a Jefry, no debía tener su misma jerarquía ni jugar en primera división. Y lo encontró en la persona de Jerson Reyes, un lateral izquierdo de la Copa Perú. Todo marchaba sobre ruedas hasta que este último hizo público su romance con ella en un programa muy sintonizado de la televisión. Apenas Jefferson Farfán se enteró, rompió su relación con la modelo y cantante. Yahaira Placencia, por su parte, se desentendió del asunto: sabía que todo esfuerzo por hacerle entender a Jefry que actuó dentro del marco del reglamento de la FIFA habría sido inútil, aun recurriendo al VAR (Árbitro Asistente de Video) y al TAS (Tribunal de Arbitraje Deportivo).
Melissa Klug. A diferencia de Shirley Arica, Tilsa Lozano y Yahaira Plasencia, Melissa Klug no requirió exhibir una anatomía desafiante, balancear las caderas por extensas pasarelas ni agitar un suculento derrier a un ritmo desenfrenado para conquistar futbolistas. Suficientes, más que suficientes, fueron su belleza, su condición de blanca de Chucuito y su amor maternal. Tampoco se inclinó por una relación pasajera ni temporal, sino más bien por un vínculo prolongado. Para hacerlo viable se impuso pasar por tres fases: concepción, embarazo y nacimiento. La maternidad desencadenaba la paternidad y, con la criatura en curso, conformaban la santísima trinidad. Así, pues, se explica su relación duradera con Raúl Marquina, con el cual tuvo una criatura; con Abel lobatón, con el que tuvo a Samahara y Melissa; con Jefferson Farfán, Jeffry, con el cual tuvo dos más; y con Jesús Barco, su última pareja, con la que tuvo un bebé. Seis hijos con cuatro parejas distintas. Dado que Jeffry estuvo más tiempo a su lado y ganó sumas astronómicas con el fútbol y con sus innumerables y exitosos negocios, Melissa Klug determinó que él se encargaría de solventar los gastos de su casa y de su familia por el resto de sus días. Sin embargo, esto no implicó que descartara la actividad laboral. Acudiendo a entrevistas en diversos medios de comunicación se convirtió progresivamente en una artista. Su vida íntima, personal y familiar la convirtió en un espectáculo. Se especializó representando el rol de víctima, víctima de Jeffry, quien, pese a cumplir económicamente tanto con ella como con sus hijos, consideraba que la suma que le proporcionaba era miserable. Miserable porque no era proporcional con la fortuna que poseía Jeffry. Miserable porque no le permitía costear sus viajes a Europa, estar a la par de la moda en París, hacerse de un Rolex lady Datejust, lucir un Audi del año, someterse a cirugías faciales y corporales que le permitían mantenerse joven, y conseguir así una nueva pareja.
Interesante recopilacion de lo que es nuestra farandula chola.