Con León Tolstoi, James Joyce, Marcel Proust, Virgina Woolf, Vladimir Nabokov, Robert Musil y otros insignes escritores comparte la gloria de los que habiendo hecho méritos más que suficientes para obtener el premio Nobel nunca lo consiguieron. Estamos hablando del escritor argentino Jorge Luis Borges, candidato al Nobel por 25 años.
Al argüir que muchos escritores fueron injustamente postergados por la Academia de Estocolmo, se infiere que hay escritores a quienes no debieron habérseles otorgado. Sus designaciones desplazaron a los merecedores del anhelado premio. Digamos que éstos han sido privados de lo que legítimamente les correspondía.
Parte de esta injusticia viene del hecho de que la Academia no siempre se atuvo a las reglas de Alfred Nobel, pues ha otorgado premios a personajes ajenos a la categoría de Literatura. Así, tenemos los nombres de Rudolf Christoph Eucken, filósofo alemán, premio Nobel de Literatura en 1908; Henri Bergson, escritor y filósofo francés, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1927; Bertrand Russell, filósofo, matemático y escritor británico, ganador del premio Nobel de Literatura en 1959. Si los miembros de la Academia querían premiar a tan ilustres personajes, debieron haber optado por crear una nueva categoría: La de Filosofía. Se hubiera transgredido una de las reglas estipuladas en el testamento de Alfred Nobel pero sin perjudicar a los postulantes de la categoría literaria.
Ahora bien, Borges consideraba a la filosofía como una de las ramas de la literatura fantástica, razón por la cual lo más probable es que no viera en tales designaciones ningún acto de arbitrariedad.
Sin embargo, hay personajes ajenos no sólo a la literatura sino también a la filosofía que recibieron el Nobel: Christian Matthias Theodor Mommsen, jurista, filólogo e historiador alemán, premio Nobel de Literatura en 1902; y Sir Winston Churchill, estadista, historiador, escritor, militar, orador y primer ministro británico, premio Nobel en 1953.
Otro aspecto a destacar es que las reglas de Alfred Nobel no contemplan la ideología de los escritores. Sin embargo, todo parece indicar que la razón por la cual la Academia Sueca le negó el premio Nobel al escritor argentino Jorge Luis Borges sería de orden ideológico. Emir Rodríguez Monegal, uno de los biógrafos de Borges, señala que en 1976 el escritor argentino “ya había sido elegido a medias con Vicente Aleixandre, el poeta surrealista español, para el premio Nobel, cuando una visita intempestiva a Santiago de Chile, para aceptar una medalla de Pinochet, decidió a la Academia a borrar cuidadosamente su nombre”. En una de sus frases de ese infortunado evento Borges sostiene que prefiere el premio de Pinochet (1) antes que el de la Academia Sueca: “Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita.”
De ser esto cierto, no serían 25 los años que Borges postuló al premio Nobel sino quince. No es casual que en los últimos años de su vida se dedicara a ironizar sobre el premio. En una oportunidad señaló: “No me lo darán nunca porque no me consideran un escritor serio”. En otra ocasión sostuvo: “La inteligencia de los europeos se demuestra por el hecho de que jamás me hayan dado el Premio Nobel. ¿Sabe usted por qué? No hay escritor más aburrido que yo. Es una gran equivocación que la gente me lea, porque ni a mí mismo me gusta lo que escribo y por eso ni yo mismo me leo, nunca me he leído”.
De otro lado, el escritor argentino siempre mantuvo una actitud confrontacional con la Academia Sueca. Muchos años antes de que se convirtiera en una celebridad mundial, escribió lo siguiente sobre el premio: “Uno de los reglamentos del premio Nobel (fundado, como los diccionarios enciclopédicos no lo ignoran, por Alfred Nobel, padre y divulgador de la dinamita y de otras condiciones poderosas de la nitroglicerina y la sílice) decreta que de los cinco premios anuales, el cuarto debe ser adjudicado, sin consideración de la nacionalidad del autor, a la obra literaria de mayor mérito, dans le sens d’ idéalisme. La condición final es inofensiva: no hay en el universo un libro que no pueda ser considerado “idealista”, si nos empeñamos en que lo sea. La primera, en cambio, es algo insidiosa. El honrado propósito esencial de que se repartan los premios imparcialmente, sin distinción de la nacionalidad del autor, se resuelve de hecho en un internacionalismo insensato, en una rotación geográfica. Lo verosímil, lo infinitamente probable es que la obra más ilustre del año se haya producido en París, en Londres, en Nueva York, en Viena o en Leipzig. La comisión no lo entiende así; la comisión, con extraña “imparcialidad”, prefiere fatigar las librerías de Addis Abeba, de Tasmania, del Líbano, de San Cristobal de la Habana y de Berna. (También, con imparcialidad un tanto patriótica, las de Estecolmo). Los derechos de las pequeñas naciones tienden a prevalecer sobre la justicia” (Textos Cautivos, 1936) (2).
A favor de la Academia Sueca se puede decir que nunca aplicó el sistema de “rotación geográfica” que señala Borges; en el balance Francia, Inglaterra, Estados Unidos y Alemania encabezan la lista de los que han acumulado más premios. Tampoco puso en práctica el criterio occidental del escritor argentino, pues representantes de países como Sudáfrica, India, Nigeria, Egipto y Turquía han sido favorecidos con el codiciado premio. En cambio, los seis premios concedidos a escritores suecos evidenciarían que no ejercitaron siempre la imparcialidad.
A pesar de formar parte de la pléyade de los desestimados por la Academia Sueca, Kafka nunca postuló, no podía postular a los premios Nobel. En vida publicó muy pocas obras: “Descripción de una lucha” (1902), “Un médico rural” (1909), “Contemplación” (1913) y “La metamorfosis” (1915). Estando cerca de la muerte, le dio órdenes expresas a su amigo Max Brod de quemar sus papeles, borradores y pertenencias personales. Brod las desacató y de este cuantioso material extrajo y publicó “El proceso” (1924), “El castillo” (1926), “América” (1927) y una colección de cuentos “La muralla china” (1931).
Pero el caso de Jorge Luis Borges es muy distinto. Éste gozó en vida de prestigio, éxito y fama mundial. Para 1950 ya había publicado dos de sus libros de cuentos más memorables: Ficciones (1944) y El Aleph (1949). Razones más que suficientes para otorgarle el premio. De 1961, año en que se le postula como candidato al Nobel, hasta el año 1976, año en el que extraoficialmente deja de serlo, si hemos de darle crédito a Emir Rodríguez Monegal, Borges había publicado libros importantes como El hacedor (1960), Para las seis cuerdas (1967), El otro, el mismo (1969), Elogio de la sombra (1969), El informe Brodie (1970), El oro de los tigres (1972), La rosa profunda (1975), El libro de arena (1975), Obra poética (1923-1976), La moneda de hierro (1976) e Historia de la noche (1976). La Academia de Estocolmo tuvo, pues, quince años para leer, estudiar, designar y, finalmente, otorgarle el renombrado premio.
Como sabemos, el premio Nobel consta de una medalla, un diploma y un cheque por 10 millones de coronas suecas (aproximadamente un millón 450 mil dólares). Pero está claro que su mayor valor reside en el prestigio. Prestigio que ha ido adquiriendo con la entrega progresiva de premios a personalidades notables. Thomas Mann, William Faulkner, T.S. Eliot y Hermann Hesse, por citar algunos de los célebres premiados, le han conferido un valor considerable, convirtiéndolo en uno de los premios más codiciados del mundo. Cuando la Academia concede el premio a quien se lo merece no sólo se dignifica al receptor sino también a sí misma. Pero la Academia Sueca ha pecado no pocas veces de arbitraria al omitir a autores de suma importancia, razón por la cual al lado de estas ilustres presencias conviven ilustres ausencias. Poco después de recibir el Nobel, el escritor peruano Mario Vargas Llosa declaró: “Me da un poco de vergüenza recibir el premio Nobel que no llegó a recibir Borges”. Sabe muy bien que de habérsele adjudicado el premio al escritor argentino éste tendría un valor aún mayor.
POR: RICARDO VARGAS PINTO
(1) “No creo que Borges fuese del todo consciente del alcance político de aquel gesto, que en Italia alguien comparó al protagonizado por Luigi Pirandello en 1923, cuando inesperadamente el creador de Seis personajes en busca de un autor solicitó ser inscrito en el Partido Nacional Fascista(…)Borges estrechó la mano de Pinochet cuando aún no se habían ahogado los gritos de los condenados a muerte en el estadio de Santiago, ni tampoco los de condena lanzados por el mundo civil”, comenta Gabriel Cacho Millet en su libro El último Borges.
(2) Sobre el libro Textos Cautivos, el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa acaba de publicar un excelente artículo en LA REPÚBLICA. Aquí el link:
http://www.larepublica.pe/14-08-2011/borges-entre-senoras