Viernes, 19 de Abril del 2024
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OSWALDO REYNOSO

Publicado el 08/04/19

El escritor peruano Oswaldo Reynoso nació en Arequipa el 10 de abril de 1931. Realizó sus estudios en la Universidad Nacional San Agustín de su ciudad natal y en la Universidad Nacional Enrique Guzmán y Valle “La Cantuta”, en Lima.

En la literatura se inició con un libro de poesía llamado Poemas de Luzbel (1955), pero luego se dedicó a la narración, debutando con un libro de cuentos, Los inocentes (1961), que ocasionó escándalo debido al lenguaje descarnado de los jóvenes de la ciudad.

“Mientras leía los originales de los cuentos de Oswaldo Reynoso creí comprender, con júbilo sin límites, que esta Lima en que se encuentran, se mezclan, luchan y fermentan todas las fuerzas de la tradición y de las indetenibles fuerzas que impulsan la marcha del Perú actual, había encontrado a uno de sus intérpretes”, dice José María Arguedas en la Introducción de Los inocentes. “Quisiéramos afirmar que con los Inocentes, de Oswaldo Reynoso se inicia el hallazgo de las formas de revelarlo. Reynoso ha creado un estilo nuevo: la jerga popular y la alta poesía reforzándose, iluminándose. Nos recuerda un poco a Rulfo, en esto”, comenta más adelante.

Sobre el uso de la jerga, Reynoso sostiene lo siguiente: “Yo no lo hice por atrevimiento, sino lo hice por la concepción que yo tenía de la narrativa, que los personajes no solamente fueran descritos por su físico, por su ropa, sino también que el personaje se presentara frente al lector por su forma de hablar. Esa era mi intención. Pero después me di cuenta de que en la narrativa anterior cuando tenían que emplear palabras groseras ponían la inicial con puntos suspensivos. Se escribiría “eres una p…”, “te vas a la misma m…”. Antes el escritor era muy pudoroso”.

Oswaldo Reynoso también integró parte del Grupo Narración (1966-1976), que reunió a importantes escritores peruanos de diversas generaciones: Antonio Gálvez Ronceros, Miguel Gutiérrez (líder e ideólogo del grupo), Gregorio Martínez, Roberto Reyes, entre otros.

Además de escritor, Reynoso se ha destacado como docente en la Universidad Nacional San Agustín de Arequipa, la Universidad Nacional Enrique Guzmán y Valle “La Cantuta”, la Universidad Nacional Federico Villarreal, y también en Pekín, (China).

Otras obras importantes de Reynoso son las siguientes: En octubre no hay milagros (1966),  (1970}, En busca de Aladino (1993), Los eunucos inmortales (1995), El goce de la piel (2005), Las tres estaciones (2006).

CARA DE ÁNGEL (Cuento)                                      

Febrero. (Un día cualquiera).
2 p.m.

Metió las manos en los bolsillos y fue más hombre que nunca.

“El semáforo es caramelo de menta: exquisitamenta. Ahora, rojo: bola de billar suspendida en el aire”.

El sol, violento y salvaje, se derrama, sobre el asfalto, en lluvia dorada de polvo.

“Así me gusta: bajo el sol, triste, y con las manos en los bolsillos. (Sólo los viciosos tienen esa costumbre). ¡Al diablo con la vieja! Con las manos en los bolsillos. Porque quiero. Porque me da la gana”.

Entró por Moquegua al Jirón de la Unión.

“Esa camisa roja que está en la vitrina es bonita, pero cara. Es marca B.V.D. Todas las vitrinas deberían tener espejos. A la gente le gusta mirarse en las vitrinas. A mí, también. El color rojo de la camisa haría resaltar la palidez de mi rostro. Estoy ojeroso: mejor. Tengo el cabello crecido: mucho mejor. Cara de Ángel: sí. Nunca: María Bonita. Ni mucho menos: Mará Félix. Que no se les vuelva a ocurrir llamarme así; porque les saco la mierda. No tengo cara de muchachita. Mi cara es de hombre. En mi rostro ya se vislumbra una pelusilla un poco dorada que, de aquí a tres meses, será una barba tupida y, entonces, usaré gillete. Si los muchachos del billar supieran lo que hice con Gilda, la hermana de Corsario, nunca volverían a llamarme María Bonita. Se prendió de mi cuello mordiéndome la boca. Por broma dije: Mi boca no es manzana dulce. Entonces la mocosa refregó, violentamente, su cuerpo contra el mío. No quiso que le agarrara las piernas. Tan sólo pude estrujarle los senos. Su ropa interior era de nailon: resbaladiza, tibia, sucia, arrecha. Recuerdo que era roja como la camisa de la vitrina. (Rojo es color de serrano, dice Manos Voladoras, el afeminado de la peluquería, entornando los ojos). Con esa camisa mi rostro estaría más pálido. Me compraría un pantalón negro. Me compraría gafas oscuras. Tendría pinta de trasnochador “dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias de una vida intensa”, como dice Choro Plantado, el borracho de mi cuadra. Y mis diecisiete años, a lo mejor, se transforma en veinte. Ahorititita, le saco la mierda a ese viejo que simula ver la vitrina cuando en realidad me come con los ojos. Está mira que te mira que te mira. Pensará: camisa roja y pichón en cama. Simulo no verlo. Su mirada quema. Seguramente estoy sonrojado. Eso le gusta: inocencia y pecado. Está nervioso. No se atreve a dirigirme la palabra. Clavo mis ojos en los suyos, como jugando, para avergonzarlo. Desvía la mirada. Miro la camisa. Él me mira. Lo miro. Y, él, mira la camisa. Mejor hay que sonreír. Si me voy, él me sigue. Si me quedo, él me habla. ¡Esto es un lío! ¡Un lío! Hace días uno de esos me siguió más de veinte cuadras. No decía nada. Iba detrás de mí: incansable, silencioso, avergonzado. Entré a mi casa. Comí. Salí al cine, con la vieja. Y él, triste, se perdió al llegar a una esquina. ¡Pobrecitos! Parecen perros hambrientos, apaleados, corridos. Pero, ¡qué caray!, uno no puede ser carne de ellos. Por fin se acerca. Habla. Contesto: Sí. Sí, me gusta la camisa… Pero, no lo conozco… ¿Qué? ¿Qué quiere ser mi amigo? ¿Para qué?… ¿Por gusto?, ¿simpatía? No, no lo creo… ¡Ah ya! ¿Obsequiarme la camisa? ¿A cambio de qué?… Ya las paro. ¿A su casa? No, no señor, no, disculpe. Si desea le presento a un amigo… ¿Conmigo? No… ¿a la playa? No, me hace daño el agua salada…  ¿A los ojos? No, al estómago… ¿Al cine? Tampoco. La oscuridad me ahoga. (Con Yoni, sí. Yoni, compañero de clase: loquita: buenas piernas en la oscuridad con chocolate, con fruna. Las piernas de Gilda son mejores. Uno de estos días se las toco). Pierde su tiempo conmigo. Ahí nos vemos”.

Sacó las manos de los bolsillos. Bajó la cabeza. Dio una patada en el aire. Levantó un brazo más arriba de la nuca. Se mordió las uñas. Esbelta y triste quedó su imagen, en relieve, contra el sol. Las tiendas del Jirón de la Unión permanecían cerradas. Poquísimas personas transitaban por el centro de la ciudad. El viento, opaco y caluroso, levantaba hojas de periódicos amarillentas y sucias. La tarde —lenta, sudorosa, repleta de sonidos sordos y lejanos — se levanta la niña. La ciudad soportaba el peso, salvaje y violento, del sol.

“Es una vaina venir por estas calles. Uno siempre se ha de encontrar con locas. Que lo miran. Que lo siguen. Que le hablan. Que le ofrecen hasta el cielo. Y, ¿por qué siempre tienen que mirarme? Mi cara tiene la culpa. Sí: Cara de Ángel. Cuando gano plata en el billar mi vieja cree que ya estoy con uno de esos y, sin averiguar nada, me pega. Hoy me ha pegado. No me quiere. Para ella debo ser ensarte, triple ensarte”.

Metió las manos en los bolsillos y quedó más hombre que nunca.

Elástico y calmo, avanza por el Jirón de la Unión.

“Siempre he sido un tonto. Siempre he querido ser hombre. Pero siempre he fracasado. Tengo miedo de ser cobarde. A los soldados —no sé dónde lo he leído —. Antes de la batalla le dan pisco con pólvora para que sean valientes. En lugar de pólvora, que no puedo conseguir, como fósforos y sigo siendo cobarde, sin embargo. Si uno quiere tener amigos y gilas hay que ser valiente, pendejo. Hay que saber fumar, chupar, jugar, robar, faltar al colegio, sacar plata a maricones y acostarse con putas. He intentado todo, pero siempre me quedo en la mitad, ¿será porque soy cobarde? Mi vieja, también, tiene la culpa. Me trata como si aún continuara siendo niño de teta. Y lo peor del caso es que me trata así delante de los muchachos de la Quinta y me expone a burlas. Siempre tengo que trompearme para demostrarles que soy hombre. El otro día, a las cinco de la tarde, me envió a comprar pan. No quise ir: al Collera estaba en la esquina. (Colorete gritaba enfurecido). Protesté, pero al final, como siempre, se impuso la vieja. Saqué la bici y, pedaleando a todo full, pasé por la esquina. Me vieron. Compré pan. Al volver los vi en la puerta de mi Quinta. Cuando quise entrar, Colorete cogió la bici. Con sonrisa maligna dijo: “Zafa, zafa, no te metas con hombres. Aquí nadies es niñito de casa. Carambola, di: ¿alguna vez has ido a la panadería por mandado de tu vieja? No. Ves. Aquí sólo hay hombres. ¡Hasta cuando no te desahuevas!” Quise pegarle, pero sin darme cuenta dije: “¿Acaso he comprado pan para mi casa? Es para mí. Me gusta comer pan. En las mañanas mi vieja compra para todo el día”. Colorete, poniéndose serio, repuso: dije: “A nosotros también no gusta comer pan”. Y sin darme tiempo, tomó la bolsa y repartió el pan. Comimos, en silencio, sin mirarnos, como si estuviéramos cumpliendo una tarea penosa, colegial, aritmética. Uno a uno los muchachos se fueron. Al final, sólo quedó Colorete. Me asustó con la mirada. Ya no había cólera ni burla en sus ojos: había ternura, extraña, terrible. Cuando se dio cuenta que lo miraba, se avergonzó. Quise darle la mano y decirle: “Te comprendo”. Pero qué difícil es sincerarse sin cebada. Sé que esa tarde Colorete quiso decirme algo, sin embargo, calló: tuvo miedo. Sin decir nada se fue. Esa noche no pude dormir. Resonaban las palabras de la vieja, pobre vieja, pobre: “Ya no sé qué hacer contigo. Toda la plata que te doy te la juegas. Eres un mal hijo. ¿Dónde está el pan? Me vas a matar a colerones”. Esa noche hubiera sido bueno llorar”.

Olor de gasolina en el viento sofocante.

“En estas vitrinas hay relojes, chocolates, esclavas, pantalones americanos, camisas, tabas, ropas de baño. Si uno tuviera plata… Y es bien fácil conseguir dinero. Lo único malo es que la vieja lo averigua todo. “¿De dónde sacaste esa camisa? ¿Quién te la dio?” Y la cantaleta no termina. Hace poco no más, los muchachos del billar, la collera del barrio, planearon el robo de una moto. El trabajito salió como el ajo. El dinero que se consiguió tuvo que gastarse en cine, en carreras, en cebada, en cigarrillos finos. No se puede comprar ropa, para no meterse en pleitos con la vieja. El único que hace lo que le da la gana es Colorete. Grita y se impone y, si el viejo protesta, le saca en cara su negocio, su cantar: el viejo, su viejo es cabrón. Por eso Colorete no sólo roba, sino hasta se vive, públicamente, con un maricón que dicen que es doctor”.

Llega a la Plaza San Martín. El sol opaco y terrible cae sobre los jardines. Obreros, vagos, soldados y marineros duermen en el pasto: sueño sudoroso, biológico, pesado.

“Cómo quisiera estar en la playa: arena; gilas en ropa de baño; carpas de colores, como los circos; espuma; música; olor a mariscos; ojos sedientos de mi cuerpo delgado, elástico y pálido dorado. ¿Y si la Plaza se transformara en playa…? Siento, en no sé dónde, una pereza blanda, como si fuera algodón. Ahora, sube por la garganta y no puedo contener un bostezo delicioso, esperado, que me hace lagrimear. Tengo sueño. Me parezco al gato de la señora vecina cuando se echa patas arriba, hambriento de gata, bajo el sol”.

Medio día. Plaza San Martín: bocinas, pitos, ultimoras, tranvías bulliciosos. El cielo, pesado y ardiente, sofoca. La sangre arde. Cara de Ángel: tendido en el pasto.

“Y si la Plaza fuera un cementerio: cementerio ardiente, sin flores, con muertos enterrados, verticalmente. Entonces vendría el viento marino del Callao y dejaría al ras del suelo cráneos podridos; y los muertos en invierno se juntarían, para no sentir frío; y en verano se echarían en el pasto para que el sol los caliente; y los autos tendrían miedo de atropellarlos; el patrullero, de vez en cuando, les traería comida y emoliente; y en las noches brillarían con los avisos luminosos: mar con botes de colores… Y si los muertos fueran los manifestantes de ayer, hubiera sido formidable que anoche, el Jefe del Partido, encabezando el suicidio colectivo, se hubiera lanzado del balcón, una vez terminado su discurso, y todos, todos, hasta los policías se hubieran muerto y anoche un señor dijo que el Jefe hablaba para la juventud y no entendí nada y a mi papá lo tomaron preso por meterse en política y mi mamá siempre dice que era bueno y que la política lo mató y yo no sé nada de política no me interesa tampoco y quisiera cagar en el palacio del Presidente por gusto por joder y el profesor de historia con la lata de la higuera de Pizarro y que los almagristas lo mataron y que me daba sueño y que me hacía mojar la cabeza y es peligroso dormir con la cara al sol uno quiere despertarse y no puede como si se estuviera muerto y se quisiera resucitar estoy sudando y me gusta el olor de mi cuerpo el olor de las muchachas de mi barrio me arrecha sobre todo en verano tienen olor a pescado a fierro en inverno no se lavan y apestan rico las manos de Gilda olían a marisco a mar las piernas de Gilda buenas buenas buenas esta noche voy a México y no tendré miedo y el viejo si insiste un poco más casi me lleva da asco con viejo pero la camisa roja bonita Colorete es cochino con Yoni tal vez quince días que no me lo toco y parece que revienta con el sol las bolas hacen carambola jardinera dados gigantes que chocan contra el mar siempre siete siete cuando se pierde los senos de Gilda con leche tibia y dulce playa mar ruido olas música azul con verde miel helada con la lengua agridulce retumba en ola en roca el mar roca en agua y ola tumbo en tumbo roca amor en roca Gilda en roca cara sol Yoni mar en cine fruna en mar roca roca en tumbo cara roca mar mar marmarmarmarmar amar amar amaaaaar”.

                                                                                                       
                                                                         II
4 p.m. del mismo día

—Que no se escape.
La collera del barrio, bulliciosa, en tropel (manada de cervatillos montaraces), llega al Paseo de la República. 
—Cruza, cruza, rápido.
Colorete sujeta del brazo a Cara de Ángel que es llevado a la fuerza.
—Cuidado viene auto. (Se agitan como patos).
Atraviesan la calle y se dirigen a la parte más tupida y oculta del Parque de la Reserva. (Pantalones negros, azules celestes; camisas rojas, negras, amarillas se estremecen delirantes entre ramas verdes).
—Sácale la mierda. 
El cielo estaba nublado, sucio, triste. El calor es más intenso. Todos están ahí: Corsario, Natkinkón, el Príncipe, Colorete (el capazote de la collera), el Chino, el Rosquita, Cara de Ángel, Carambola.
—Quítale la plata.
Los cuerpos parecen que tuvieran miel y las camisas se pegan, tibias. El olor agrio y ardiente de las axilas se mezcla, violentamente, con el vaho húmedo y suave del césped. Hay furia. Ganas de quedarse en la mitra del Papa. Cara de Ángel, pálido, no puede hablar: tartamudea. Sabe que Colorete le lleva bronca. 
—¡Desahuévalo! (Grita Carambola).
Lejos: autos y tranvías pasan veloces. Cara de Ángel quiere correr, abrazar a su mamá y pedirle perdón por todos los colerones. 
—Ya maricón, ¡defiéndete! (Empieza Colorete)
Estaban frente a frente, midiéndose. (Gallitos feroces). Los demás hacen ruedo. (Gallinas atolondradas).
—Éntrale, éntrale sin miedo, María Bonita.
Todos ríen. Cara de Ángel sabe que su rival es cobarde y traidor, que sabe dar buenas chalacas, que tiene una zurda fuerte y mañosa, y sabe defenderse la cara y otras cosas y que, además, cuando se ve perdido, “acaricia con la uña” que siempre carga en el bolsillo.
Hay cólera y odio animales en los ojos grandes y biliosos de Colorete. Transpira, cierra y abre los puños, desesperado. Escupe a un lado y a otro, nerviosamente. Cara de Ángel sigue pálido, con las manos en los bolsillos, esperando el ataque. Trata de explicarse el porqué la bronca que le lleva Colorete. Busca en el recuerdo algún incidente ofensivo; pero lo único que recuerda es que siempre fue bueno con Colorete. O a lo mejor, así como existe simpatía natural, espontánea; existe también odio instintivo, natural, espontáneo. De pronto, algo se quiebra, se desmorona, en su interior y se duele por él, por sus amigos, por su mamá. En el pecho siente un charco helado que lo hiere. Cómo quisiera que, de un momento a otro, Colorete le diera la mano, que los muchachos dijeran: “No te asustes, Cara de Ángel, todo esto es un juego: te queremos”.
—¡Desahuévate, María Bonita! ¡Éntrale!
Colorete se avienta furioso, lo toma por la cintura y cae al piso. Ágil, con las piernas, le hace tenaza en el cuello. El rostro de Cara de Ángel se enrojece y las piernas de Colorete ajustan, nerviosas. Sorpresivamente, Cara de Ángel le toma el brazo y se lo tuerce por la espalda; libera el cuello y aprovecha para montarse sobre su rival. Colorete se encabrita y logra incorporarse botando al suelo a su enemigo. 
—Espérate, espérate, María Bonita, me voy a quitar la camisa.
Los contendores se quitan la camisa. Colorete, orgulloso, exhibe su pecho moreno y musculoso; Cara de Ángel, pálido y delgado, se avergüenza. Nuevamente, se trenzan. Ahora, Cara de Ángel está echado boca abajo y Colorete está jinete sobre él, torciéndole el cuello ajustando fuerte, al mismo tiempo, qué, ansioso, mete la cara por los sobacos de su rival y aspira con deleite. (Le gusta el olor de mi cuerpo, piensa Cara de Ángel). Voltea el rostro y lo mira. Los ojos de Colorete ya no tienen furia, tienen un brillo extraño que asusta. Es el mismo brillo y la misma ansiedad que vio en los ojos de Gilda la noche que casi le toca las piernas. Cara de Ángel siente miedo desconocido y oscuro. Hay un vacío vertiginoso en el estómago, como si se estuviera en el último piso del Ministerio de Educación y el asfalto negro de la calle atrajera, irresistiblemente. Desesperadas las manos se prenden al pasto y grita.
—¡Estás armado, mostacero de mierda! ¡Déjame!
Cara de Ángel se incorpora furioso. Los muchachos ríen y hacen cargamontón. Colorete sale sudoroso y ordena que le quiten, a Cara de Ángel, el dinero que les ganó en el cracp. Lo aprisionan y le hurgan los bolsillos, pero no encuentran plata. (Cuando fue el baño escondió entre las medias tres libras).
—No hay nada
—Debe habérselas guardado en los zapatos
Cara de Ángel lucha desesperado, no por el dinero, sino porque tiene los pies sucios, las medias están que apestan y le da vergüenza, en pleno verano cuando todos se bañan y andan limpios. Le preocupa la opinión de Colorete. Piensa: ahora, él, me odiará más, sabrá que soy sucio, que no me gusta lavarme los pies. Por fin, lo dominan y le sacan los zapatos, luego las medias y aparecen tres libras húmedas y hediondas. El Rosquita las lava en la pila. Cara de Ángel ha quedado tendido en el suelo, escondiendo los pies. Colorete lo mira con disimulada ternura y expresivo asco.
—Cochino, sucio, sucio. Te creía limpio. Pero me gustas más así: sucio. Un día de estos te agarro, de verdad.
—Esta noche hay cebada. (Grita el Rosquita).
—Oye tú. Hasta ahora nadie me ha dicho mostacero. Tú acabas de decirlo y eso no lo perdono. Saca los dados. Vas a ver quién es Colorete. Vas a jugar conmigo, conmigo, y quien pierde se la corre, aquí mismo.
Cara de Ángel tiene que aceptar el desafío, de lo contrario, hablarán mal de él.
—Tira, tu primero. Número mayor gana. (Dice Colorete).
Cara de Ángel toma los dados, les echa un poco de saliva y los mueve como si estuviera celebrando culto a una deidad misteriosa, sangrienta. Los deja caes suave; ruedan: marcan diez.
—¡Qué lechero! (Grita Natkinkón).
Colorete recoge los dados. Escupe a uno y otro lado. Cierra los ojos y tira los cubiletes: marcan once.
—Córretela. (Ordena Colorete).
Cara de Ángel se tiende al suelo de costado; quiere llorar. Piensa que ya no podrá ir a México; quince días que se ha contenido: ¡para esto!
—Si quieres, mira esta foto. (Dice Corsario).
Del bolsillo trasero del pantalón saca una foto y se la enseña. Se pelean por verla. Cara de Ángel ve una mujer desnuda que está agarrándose los senos. Cierra los ojos y piensa en Gilda.
—Ya, de una vez, o te agarramos entre todos. (Grita furioso, Colorete).
Todos se quedan en silencio. Sólo se escucha, a lo lejos, el ruido de autos y tranvías y, de vez en cuando, pitos; cerca: el respirar agitado de los muchachos. Cara de Ángel siente una profundidad dulce y una humedad turbulenta en la boca. Un olor picante a madera, a manzana, lo transporta a los brazos de Gilda. Corsario le mira el rostro arrebatado. El Chino, como hipnotizado, no deja de mirarlo. Carambola, asustado piensa en Alicia cuando baila; el Príncipe, también piensa en Alicia y recuerda a Dora. Natkinkón, en cuclillas, sonriente, se come las uñas. El Rosquita, gracioso y palomilla, da vueltas y no puede contener la risa pícara. Colorete, solo, distante, con las manos en los bolsillos, sin camisa, con la espalda llena de pasto y sudor respira agitado sin dejar de ver a Cara de Ángel. La tarde se ha detenido. Colorete piensa que está solo, absolutamente solo en el mundo y siente un dolor terrible en los testículos. De pronto, gritan y aplauden; se empujan, unos a otros; miran el cuerpo de Cara de Ángel y se van a la carrera. El Rosquita, por delante, sale del Parque de la Reserva, enseñando las tres libras. Cara de Ángel queda solo echado en el pasto. Los árboles recortan en pedazos el cielo nublado, caluroso, sucio, sucio, sucio.

EL PRÍNCIPE (cuento)

6 de agosto. (Vacaciones de medio año) Con púdica delicadeza de niña, Manos Voladoras guardó el dinero y, en una cargada atmósfera de miel de colonia, invitó:

– El que sigue, por favor.

Don Lucho, el dueño del billar “La Estrella”, quitándose el saco, avanzó al gran sillón, a través de reflejos azulinos.

– Corte alemán, como siempre.

Manos Voladoras con mirada provocativa y gesto resentido, contestó:

– Ya lo sé, Don Lucho. Conozco el gusto de mis clientes.

Corsario levantó la cara por encima del chiste que estaba leyendo y con ojitos pícaros rió. Los que esperaban turno sonrieron, deshonestos:

– ¡Jesús con estos muchachos! Para ellos todo, todo, todo tiene doble sentido.

Diligente como dueña de casa desplegó un paño blanco, blanco. Limpió acomedido máquinas y tijeras.Abrió un frasco de perfume y aspiró, goloso, y, con disimulo coquetón, se miró en el espejo. Don Lucho, entre tanto, prendió un inca. La claridad violeta de la peluquería se enturbió con el humo denso de tabaco negro. Fuera, a pesar de ser casi las cinco de la tarde, hacía oscuro: los días seguían nublados, irremediablemente. Después de muchos arreglos y aderezos de cirujano, Manos Voladoras se dispuso a trabajar.

– ¡Ay, Don Lucho! yo nunca me equivoco. Siempre dije que el Príncipe era el más roc de los muchachos del barrio.

– ¿Roc? -preguntó extrañado Don Lucho.

– Rocanrolero, pues, Don Lucho.

Corsario, desafiante y curioso, emplazó.

– Chismoso, qué hablas del Príncipe.

Manos Voladoras dejó tranquila la cabeza del dueño de “La Estrella” y dirigiéndose a Corsario, en tono de falsete, dijo:

– Que si no fueras ignorantón y leyeras los comercios de la tarde no me preguntarías. (Volvió a la cabeza de Don Lucho). Es un fastidio trabajar en este barrio. Aquí, nadies, nadies, nadies lee. Cuando trabajaba con Mario en San Isidro y…

– Déjate de esas historias, me las sé de memoria. El amo de “La Estrella” interrumpió colérico.

Entonces,Manos Voladoras, rápido y femenino, tomó de la mesa del centro un periódico y se lo mostró:

– Entérese, Don Lucho.

– ¡Qué desgracia para mi compadre!

Los conocidos del barrio salieron curiosos de su casi sueño dulce color naranja y miraron fijamente a Don Lucho.

– ¡Qué desgracia para mi compadre!

Corsario dejó el chiste y ansioso se acercó al gran sillón. Manos Voladoras lo espantó. (De seguro pensó: donde hay miel hay moscas).

– El Príncipe es el más roc de todos ustedes. (Corsario, dando vuelta al gran sillón, huía asustado de Manos Voladoras que, delicado, lo perseguía queriéndole meter la tijera en plena cara). Tengo muy bien entendido, para que lo sepas y lo pregones, que ser roc no sólo es usar bluyins y camisa roja: eso, es cáscara. Ser roc significa… bueno, por ejemplo, hacer lo que ha hecho el Príncipe.

– Pero Colorete lo gana. Repuso, pico a pico, Corsario.

– ¿Colorete? ¡Ay, ay, ayayayayay! No me hagas reír. Colorete es un antipático y un vividor, un-vi-vidor.

– Vividor, ¿no? Ahora se lo digo para que te pegue. Amenazó Corsario.

– Díselo, no le tengo miedo.

E1 señor omnipotente de “La Estrella”, con la cabeza medio rapada, gritó:

– Termina con mi cabeza y déjate de ventilar en público tus sucios enredos. ¿Habrasevistotaldescaro?

Manos Voladoras volvió a su faena. Corsario quedó pegado al espejo y no dejó de mirar “La Tercera” que todavía permanecía en manos de Don Lucho.

– ¡Pobre mi compadre! -seguía lamentándose el amo de “La Estrella”.

– ¡Pobre Príncipe, diría yo -contradijo Manos Voladoras mientras daba los últimos toques, rápidos y precisos, a la cabeza de Don Lucho.

– ¡Pobre mi compadre! tener un hijo tan sinvergüenza. En lo que ha terminado ese muchacho. Eso sí, yo nunca permití que pisara mi billar. Se hace el mosquita muerta y es capaz de chuparle la sangre a su mismo padre.

– No, Don Lucho, el sinvergüenza es el padre. No me diga que no; porque yo sin ser de la familia conozco las cosas de cerca, de-cer-ca.

– Más respeto. No hable de esa forma de mi compadre.

– No, Don Lucho, yo no tengo pelos en la lengua. Yo siempre, siempre digo lo que pienso, lo-que-pien-so-y-na-da-más.

Corsario, venenoso y burlón, intervino:

– Estás caliente con Don Jorge, porque en mi delante te prometió darte una pateadura si llevabas, otra vez, al Príncipe a tu jabe.

– Ve, Don Lucho, qué mal pensada es la gente. El Príncipe ha dormido una sola vez en mi casa y ni-siquiera-lo-he-mi-ra-do. Y durmió; porque su padre lo botó de su case, lo-bo-tó-de-su-ca-sa.

– Mi compadre no hace esas cosas.

– Desengáñese, Don Lucho, usted, más que yo, sabe que Don Jorge, desde que se le fue su mujer, no puede dormir solo; le gusta pasar la noche en compañía de cualquier arrastradita. Y como su casa es estrecha y su hijo duerme en el mismo cuarto y es un estorbo para sus aventuritas, lo manda al taller y mientras mi pobre Príncipe tirita el viejo sucio se revuelca calientito con alguna polilla cochina. No, Don Lucho. Un padre, un padre de verdad, un verdadero padre no hace esas cosas y menos tratándose del Príncipe que es tan bueno, tan humilde.

Y mientras Manos Voladoras hablaba con ternura de mermelada de durazno de su pobre Príncipe, Corsario tomó el pulverizador. Palomilla, chisgueteó en los ojos de Manos Voladoras; ágil, arranchó el periódico y, escurridizo, salió a la carrera.

Llueve, llueve, llueve fino. Llueve líquido algodón. Silueta azul, sudorosa y agitada, torea autos y tranvías. Morado pálido el viento frío. Con “La Tercera” en la mano, como bandera, va saludando a conocidos y cuñados. El asfalto brilla negro y el jebe de los zapatos amarillos resbala en el cemento. La neblina se deshace en la boca como helado de leche. ¡Quién lo hubiera creído!: el Príncipe con foto y todo en “La Tercera” y mañana, seguramente, en los comercios. Olor a lluvia: transpiración densa de barro y cemento; vaho tibio de gasolina y asfalto. Colorete va a tener envidia. El corazón está lleno de azúcar congelada. Autos y tranvías se aglomeran en calles estrechas. Corre, corre apresurado, atropellando gilas, a propósito. Cara de Ángel se quedará con la boca abierta. Ambulantes con carretillas impiden el paso. Pero Corsario con “La Tercera” en alto se desliza veloz, pidiendo perdón a señoritas asustadas. Manos Voladoras estará hablando, hasta por los codos, de su pobre Príncipe. La ciudad despierta de la neblina oscura y entra bulliciosa a la noche iluminada.

Espuma y oro líquido rielan y refulgen en mesas de metal. Radiola loca siete colores, siete maracas. Cubiletes y carajos caen violentos sobre mesas llenas de cebada. Colorete baila solo frente a la radiola. Natkinkón, moreno empedernido, tamborilea en una silla. El Rosquita se abraza a Carambola y en dúo acompañan al dúo del disco “Anliyuuu…” Cara de Ángel, vicioso él por el juego, interviene gozoso en el cachito sabatino que se arma con “los de la eléctrica”. De pronto, desde la puerta del café, Corsario grita:

– El Príncipe en “La Tercera” con foto y todo.

– A ver, luzmila para mi ojal – contesta gracioso

– El Príncipe en “La Tercera”: ¡PENDEJO!

Extienden “La Tercera” sobre la mesa y leen en

ROCANROLERO ASALTA Y ROBA

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Anteanoche, el menor de 17 años Roberto Montenegro del Carpio (a) El Príncipe promovió mayúsculo escándalo en una casa de diversión de Prolongación México. Después de tenaz labor del Comisario y de hábiles
interrogatorios llevados a cabo por sus subalternos se descubrió que el citado delincuente había robado un  automóvil Ford 58 de placa particular Nº 39562. También se descubrió que el Príncipe, días antes, había asaltado
en plena vía pública a un indefenso cobrador robándole la estimable suma de diez mil soles.  Extraoficialmente nos hemos informado de que el joven rocanrolero sigue estudios secundarios en una Unidad  Escolar de la Capital. Llamamos la atención de nuestros educadores para que, de una vez por todas, enfrenten con valentía este agudo problema de rocanrolerismo.

Ansisos devoran la noticia y sorprendidos quedan en silencio

– Esto hay que celebrarlo.

Cara de Ángel, que ha ganado en el cachito con “los de la eléctrica”, pide cuatro pomos. Carambola pone “Ansiedad” y Corsario entusiasmado cuenta.

– Yo también he salido en los comercios, ¿ recuerdan? Apenas tenía catorce años y ya estaba aburrido de mi casa: todos los días había correa. Y el espeso del Borrao, ese de Normas Educativas, me llevaba bronca, me tenía asado.

– Ese desgraciao a mí también me tomó como punto -interrumpió Colorete.

– Vendí mi bici y con esa mosca me fui al sur. En Toquepala no encontré ni agua. Los gringos son bien malditos. Entonces, lueguito me fui a Tacna. Ahí conocí a un chileno: ¡Pendejo el roto! Le caí en simpatía y me consiguió un trabajito en un bulín. Serví como mozo por más de tres semanas. Putas: como mierda.
Yo era cabrito, como dicen allá, y toditititititas las noches me acostaba con una meca diferente. Me aburrí.
Tacna es bien triste: poca gente, pocos carros, poquísimos cines y la gente parece gallina: antes de las nueve, todos ya están acostados. Está bien para unos días y nada más.

– Mentiroso e’mierda. ¿Cómo, si eras menor de edad te dejaban en el bulín? Contesta; ya –preguntó desconfiado el Chino.

– Yayayayayaaa, calla, calla. Zafazafazafazafa. Eres más espeso. Deja que te cuente. Está bonito. Así fuera  mentira, qué importa -protestó Natkinkón.

– Entonces me vine a Lima, ¿recuerdan? Ahí, en la esquina, tú, Colorete, di, ¿no me contaste que me habían estado buscando como agua, que me buscaban por aquí, que me buscaban por allá, que mi foto y mis señas  personales salieron publicados en los comercios y que hasta por Radio Reló cada media hora pasaban la noticia de mi desaparición y que mi mamá y mi teclo estaban como locos? Ahí está Carambola que hasta me enseñó los comercios. Entonces recién me entró el miedo de volver a mi casa. Pero Cara
de Ángel me dijo: un día de cuera o todos los días de hambre, escoge. Preferí el día de cuera. Llegué asustado a mi casa. Cuando el viejo me vio se puso alegre y me abrazó. Mi viejita lloró y en la noche preparó arroz con pato. Natkinkón no quiso quedarse atrás y bullicioso dijo:

– Este zambo también ha salido en Te Ve y todititititos han visto mi cara en la pantalla del japonés.

– Negro bruto. Por salir así te botaron a patadas del canal -dijo Corsario.

– Pero salí, ¡ah!

– ¿Cómo fue, ah? -preguntó el Chino. Entonces el Rosquita contó:

– De pronto, sin que nadies se diera cuenta este negro e’mierda comenzó a tocar gemelas. Seguramente, en su familia hubo un músico: un tío, un abuelo, qué sé yo. Don Manuel, el del conjunto “Los Tropicales” lo contrató para que lo acompañara en el programa de Te Ve que tiene en el Canal 13. El día de su debut  había que verlo al mono éste, vestido con bombacha de colores. El pelo lo tenía, al principio planchado y brillante; pero, ¡carajo! la pasa no se esconde, compadre. Tremenda bulla que se armó en el barrio. Todos los de la Quinta pidieron al japonés que pusiera Canal 13, para ver a este Natkinkón en jodas. Salieron en la pantalla “Las Candelitas”, famoso dúo cubano, y, al fondo, como una mancha, en medio de más de diez músicos, estaba este negro hediondo, moviéndose como una puta. De un momento a otro, avanzó y en toda la pantalla apareció tremenda cara de mono y comenzó a saludar. Pucha, si es bruto mi cuñao. Lo sacaron a patada limpia.

– Pero mi cara salió en Te Ve y ahora las gilas se me echan.

– Te creemos, te creemos, Natkinkón en jodas.

El trago se terminaba y la guaracha de la radiola les metía fuego en la sangre. Colorete, distante y callado, pensaba en la hazaña del Príncipe. Le tenía envidia. El nunca había salido en los periódicos. Todos tenían una historia que contar, menos él. Pero cómo le hería el recuerdo del Príncipe.

– El Príncipe es un cojudo. (Gritó Colorete, borracho). Está bien lo del asalto y el robo del For; pero es un cojudo al dejarse chapar tan suave. Lo han encontrado con el bollo. Cualquier iniciado en la materia sabe lo que hay que hacer con el producto de un robo Ahí, no le tenía al Choro Plantado; por qué no consultó con él.

– ¿Qué, estás envidioso, no? -se atrevió a decir el Rosquita.

Colorete comprendió que su prestigio se deshacía como el hielo en verano: rápido, suave.

– El Choro Plantado debe estar en el billar, preguntémosle qué opina del Príncipe.

Se pusieron de pie, pagaron la cuenta y se encaminaron, derechitos, a “La Estrella”.

– Ya Don Lucho me habló del asunto -respondió Choro Plantado. Macizo, alto y medio achinado, movía distraídamente el taco, mientras, paciente, esperaba que su contrincante terminara la bolada.

– Ese muchachito promete. A ver, Don Lucho, dos pomos, por favor. Hay que tener cojones par asaltar y robar un For, solito, sin ayuda, sin campana. ¡Qué carajo! Conozco al cobrador ese. No es tan indefenso.

Es bien fuerte. (Miró con calma, como si el tiempo no corriera, la colocación de las bolas. Se inclinó a la  altura de la mesa y calculó con un ojo la posible trayectoria de su bola. Calmo y paciente, echó tiza al taco y, preciso y fuerte, taqueó: carambola. Durante su volada de quince no dijo nada, luego…) … lo único que no comprendo, como dice Colorete, por qué mierda no escondió la mosca y por qué no me habló del For, se lo hubiera desmantelado, y ni san puta lo hubiera encontrado. Bonito bollo se nos ha escapado de los dedos. (Sin apresurarse dejó el taco en la pared. Tomó una botella y sirvió, cuidadoso.) Salud contigo, Cara de Ángel. (Bebió y dejó el vaso en manos de Cara de Ángel. Despacio  fue al tablero y apuntó su bolada. Volvió tranquilo, siempre mirando la mesa)…. por la forma como ha trabajado se ve que es inteligente, que tiene sangre fría; pero, ¿por qué mierda se ha dejado chapar tan suave? No lo comprendo. Quisiera hablar con él.

La collera, después de discutir el asunto hasta altas horas de la madrugada, se dispersó en la puerta de La  Quinta. La neblina resplandecía con la luz amarillenta de los postes y había sueño; pero la foto del Príncipe como una herida le hincaba el pecho a Colorete. La hazaña del Príncipe le quemaba, le
mordía el corazón.

II

Mañana del 5 de agosto. Desde el fondo de un canal negro se acerca una llamita naranja. Crece, crece y todo lo invade: naranja, transparente con venas azules. Ahora, huevo oscuro con aluminosa; corona verde brillante se aleja en
violeta y se pierde y se pierde en morado intenso. Círculos y estrellas pequeñísimos nacen y mueren interminablemente. Este globo enanito, del fondo, nace rojo; se acerca grande, amarillo; gigante, verde, se aleja, se aleja; muere: puntito azul. Arena menudita cae, violentamente, en silencio, como

cataratas de piedras. Finísimos alfileres hierven en los pies: hormigueo bullicioso. Cómo abrir los ojos, cómo mover los pies sin sentir las agujas que trepan como arañitas electrizadas. Frío en la espalda y en el pecho y en las manos y en los pies. Cómo abrir los ojos si una luz intensa los oprime. Y después de todo hoy no hay colegio. Nuevamente el verde que se agita en las olas rojas y Alicia en la playa me ve y se va con Carambola. Quedo solo en medio de la calle: amanece. Lloro, lloro, inconsolablemente.

Todo está perdido. Estoy solo, solo, y tengo ganas de morirme. El nublado de la mañana enceguece. En el fondo de uno mismo, más adentro del pecho, se agranda un puñal helado, ardiente. Y es imposible contener el llanto y es imposible contenerlo. La misma sala de anoche, pero sin gente. “Es peligroso que esté con los otros”, dijeron y tuve que pasar el resto de la noche sentado en esta silla del Departamento de Delitos Contra el Patrimonio. Serán las siete, será más tarde: lo mismo da. “Pero de todas maneras, López, mañana temprano hay que hacer ese parte”, dijo el Jefe antes de irse, anoche.

Este López es bruto y flojo como mandado hacer. Ya van tres papeles arrugados en el canasto y no pasa del título del parte. Minucioso, aplicado y limpio como el chancón de la clase; pero animal. Coloca el papel: lo cuadra, revisa las copias, las endereza. Enciende un country. Busca un cenicero. Lo encuentra. Tira otra chupada. Detiene el humo en la boca. Luego, hace argollas. Las mira hasta que se deshacen en el techo. Se vuelve a sentar. Se quita el saco. Se arregla las mangas de la camisa. Mueve los dedos (para que se calienten, dice él). Mira el papel en blanco y se queda en babia. De pronto se entusiasma y arremete valiente con las teclas. Se equivoca. Rompe el papel. Y, nuevamente, se prepara.

El Príncipe lo sigue con los ojos, lo examina, atentamente, y como una muchachita ingenua está que se come la risa. Ya no recuerda que ha despertado llorando: mejor. Por fin, el encabezamiento salió correcto,
impecable, limpio, subrayado.

– Tu nombre completo.

– Roberto Montenegro del Carpio

– … d-e-l-C-a-r-p-i-o. A ti te dicen el Príncipe, ¿no?

– Sí, señor.

– ¿Por qué, ah?

– No sé, ¿ah?

(Si Lima es Ciudad de los Reyes por algo será. Robertito, tú tienes toda la facha de un Príncipe. Eres un auténtico hijo de Lima. -Y, ¿cómo sabes tú, cómo es la facha de un Príncipe? -le pregunté asombrado a Manos Voladoras. Entonces, él, afeminado como siempre, con ese tonito que me da risa, respondió:
-No hay  necesidad de ver príncipes de verdad para imaginarse cómo son. Se les conoce por lo que dicen las novelas, por lo que se ve en el cine y por un poquito de imaginación. Y, aunque vistas pobremente, disculpa la franqueza, porque no siempre el hábito trace al monje, tu estilo tan aristocrático de caminar, tu forma tan orgullosa de mirar, tu manera tan afectuosa de dar la mano y, sobre todo, el color mate pálido de tu tez y tus ojos tan grandes y tan altivos, tan negros y tan redondos denuncian, aunque no lo quieras, tu realeza, tu sangre azul. In-dis-cu-ti-ble-men-te-e-res-un-Prín-ci-pe. To-do-un-Prín-ci-pe-.
Y desde ese día se le metió en la cabeza que yo era un Príncipe. Porque Lima, siendo Ciudad de los Reyes, tenía quetener un Príncipe. Y me quedé con la chapa).

– ¿Edad?

– Diecisiete años cumplidos, señor. Disculpe, señor; pero diecisiete se escribe la primera con ce y la segunda con ese, y no las dos con ese, señor.

– Yo sé cómo escribo. ¿En qué año estás?

– En Cuarto de Media, señor.

-¿Padres?

– Mi mamá murió trace tiempo. Mi papá vive todavía, señor.

– Déjate de tanto señor.

– Está bien, señ… -pícaro y palomilla, se tapó la boca.

– Diga el interrogado ¿cómo fue que asaltó at Sr. Arce?

(Un cartapacio resbaló de las manos de un pasajero que se había quedado dormido. E1 ómnibus de Matute se movía escandalosamente. Recuerdo que yo estaba en el estribo, gorreando. De repente, el señor se despertó y, al no encontrar su cartapacio, armó tal bulla que el chofer tuvo que parar el vehículo.
Pero al encontrarlo en el suelo se alegró y, en alta voz, dijo que ahí llevaba más de diez mil soles. Sorprendido, paré la oreja. Para colmo de mis males, el señor ese tenía que bajarse en la misma esquina en que yo tenía que apearme. Varias cuadras caminé tras él. Se encontró con amigos y entraron
a una cantina. Paciente, esperé fuera por más de dos horas. Salió solo, los demás quedaron quemando. Ese tal Arce fue el culpable de todo: porque si él, en el ómnibus, no dice que tiene diez mil tacos, no se me hubiera despertado la ambicia y porque si se va derechito a su choza, sin quedarse en la cantina,
no se me hubiera entrado la tentación. Pero eso no es nada, sino que se le antojó ir a casa de Gaby, la de las mecas. Ahí, la calle es bien oscura y casi no hay gente a esas horas. Me distancié un poco. Tomé valor. Apreté la carrera. Lo atropellé. Y fino, le arranché el cartapacio. Corrí como loco. Llegué a la
Quinta. Debajo de las gradas conté el dinero.

Mentiroso el viejo: apenas había cinco mil y algunos cheques por cobrar que no alcanzaban a mil quinientos tacos. La ambicia, compadre, que si yo rompo esos cheques, nadies me agarra. Y, por último, el tal Arce debe estar agradecido: que si cae en manos de maleantes, me lo cortan).

– Oye, ¿te has comido la lengua. No sabes hablar?

– Pero si los tiras están para averiguar el delito. Si yo lo cuento todo no hay gracia.

– ¡Ah, carajo! ¿Dónde crees que estás? ¿Con quién crees que estás hablando, mocoso e’ mierda?

El auxiliar López se puso en pie y le largó dos fuertes y sonoros sopapos. El Príncipe, sin perder su dignidad, con las mejillas sonrosadas, conteniendo las lágrimas y mordiéndose los labios, quedó en  silencio, mirándolo con clase, resentido.

– Si quieres, contestas; si no, te jodes.

Dos brasas le quemaban el rostro. La boca la sintió amarga y tuvo ganas de tirarle el tintero por la cabeza. E1 auxiliar López, frío e indiferente, escribía: “el interrogado se niega a responder”.

– Vamos con la otra pregunta. ¿Cómo es que robaste el auto?

(Al día siguiente del asalto, por la mañana, me fui al centro y en Marqueti me compré un pantalón negro, americano, tres casacas bien rocanroleras, dos tabas, como la gran puta, de becerro importado. Compré también cuatro cajetillas de Salen. Y en Oesle, después de enamorar a las vendedoras, le compré para la Alicia un vestido de lana).

– ¿Vas a contestar o no?

(Cuando ya regresaba a mi casa, al cruzar la Avenida Tacna, vi un For. ¡Pucha si estaba bobo!: lo habían dejado con la llave en el motor y con las ventanas abiertas. Se necesitaba ser muy gil para encontrar así un For y no choreárselo. Tranquilo y sereno abrí la puerta. Me senté bien cómodo, como si fuera mío el carro. Encendí el motor y allá me fui, despacito no más, para que el tombo no se diera cuenta).

– Lo robé no más, pues, señor.

– Diga el interrogado cómo fue que aprendió a manejar automóvil.

– Mi papá, que es dueño de un taller de reparaciones, me enseñó, señor. (Ves que trabajo todo el día y ni  siquiera me ayudas. Desde mañana, sin falta, te enseño a manejar carro, para que puedas ayudar en el taller).

– ¿Puedo hacerle una pregunta, señor?

E1 auxiliar López lo miró y siguió escribiendo.

– Me puede decir ¿por qué el señor ese del carro dejó la llave y las ventanas abiertas?

López quedó silencioso y recordó: (Sí, señor, como le digo, llegué apurado al Banco. Se me vencía una letra, en último día. Ya iban a cerrar la oficina, así es que salí a la carrera del auto sin darme cuenta que había dejado las llaves. ¡Qué descuido, por Dios!).

– Diga el interrogado ¿cómo fue que pasó la tarde del robo y en qué invirtió el dinero robado?

(Al llegar al barrio me encontré con Cara de Ángel y lo invité al carro Subió y nos fuimos al Callao.

Ahí almorzamos y tomamos vino. Cara de Ángel asustado me hizo varias preguntas sobre la mosca y sobre el carro. Le dije que me había ganado plata en las carreras y que el For era del taller de mi teclo.
Como a eso de las tres de la tarde regresamos. Lo dejé en el billar y le regalé más de cien tacos de verdad).

– ¿Tampoco contestas a esta pregunta, no? Solito te estás jodiendo.

Mientras el auxiliar López escribía cuidadoso, el Príncipe se mordía las uñas y seguía atento el vuelo de una mosca, que por fin salió por la ventana.

– ¿Qué hiciste después del robo, ah?

(Rapidito me fui a casa de Alicia. Silbé. Salió. Y estaba bien rica: ojerosa y con olor a cama sucia que  arrechaba. La invité al cine. Me dijo que su mamá no la dejaba salir y que, además, tenía dolor de cabeza. Siempre lo mismo conmigo. Con Carambola es diferente. Para Carambola no hay dolor de cabeza. Para
Carambola, su mamá la deja salir hasta de noche. Y ¿por qué, entonces, coquetea conmigo? Le enseñé el carro: se asustó; le di el paquete, lo abrió y, al ver el vestido, casi se desmaya. -Pero Príncipe ¿qué has hecho? ¿De dónde has sacado carro y plata? -repetí la historia que conté a Cara de Ángel. No me
quiso creer. -No me comprometas. Eres un ladrón. Déjame en paz-. Y se fue a la carrera. Si yo fuera Carambola, de seguro habría recibido el vestido, y, más que seguro, hubiera subido al carro. Todo se fue al agua. Y yo que pensaba llevarla al cine, invitarla a la Crenrica y en el anochecer ir con el auto
hasta Chosica. Le hubiera besado las manos y nada más. En ese momento la odié, la quise ver muerta, muerta; pero, ahora, qué raro, la quiero. No hay caso, estoy sufrido por ella. Templado hasta la remaceta).

– ¿Parece que no te das cuenta de tu situación, ¿no?

– Si usted lo dice, será así.

(Caliente me enchaté. Estuve solo en una cantina y toda la tarde puse boleros y guarachas en la radiola.
Ya en el anochecer me encontré con Manos Voladoras. Afeminado, como siempre, me besó la mano. Entonces, le dije: Gracias, madán. Le hice una venia y lo mandé a la mierda. ¡Pobrecito!)

– Diga el interrogado si el asalto y el robo lo cometió solo o acompañado.

– Yo solo me basto.

– Sigues insolente, ¿no? Diga el interrogado ¿cómo fue que llegó a la casa de diversiones de Prolongación
México?

(Más bruto es este auxiliar López: llegué, pues, en coche, ¡carajo!).

– Tan mocoso y tan sabido, ¿no?

(Desde las vacaciones de fin de año, cada quince días, voy a casa de Sabina a donde Dora. Parece que Dora se enamoró de mí. Dora, pues. Esa chinita de 28 años, más o menos, que baila suavesísimo y que se pega como lapa, la conoces, ¿no? Cuando estaba en su cuarto ella misma me desvestía. Me daba
vergüenza y le pedía que apagara la luz; pero Dora, caprichosa, no hacía caso y me acariciaba, tierna, todo el cuerpo. Asustado, escondía mi cara en su pecho y me abrazaba fuerte, entonces, ella, suspendía mi rostro, me besaba dulcemente los ojos y decía loca, triste y llorosa. -¡Mi muchachito, mi muchachito!-.

Creo que la llegué a querer y creo que ella también me quiso; porque nunca me cobró, al contrario, me
invitaba cerveza).

– Diga el interrogado cómo fue que la fémina esa lo denunció y ¿por qué?

(Apenas la vi le enseñé la plata, le obsequié el vestido y la saqué a la calle para que viera el auto. Cuando regresamos al bulín, ella, triste y decepcionada, me dijo -Así, con plata, regalos, carro, ya no te quiero. Me gustabas como chicoquito pobre, abandonado. Andavete. No vuelvas más por aquí. La agarré fuerte y ella creyó que le iba a pegar. Gritó y, en menos de un segundo, hombres altos y morenos me rodearon. Hasta ahora no me explico en qué momento llegó el patuto. E1 caso es que un sargento me llevó, casi en peso, hasta el For robado y, ahí, se descubrió el pastel).

– Hemos terminado el parte y casi nada has contestado. Fíjate, has robado más de cinco mil soles y un auto y en menos de veinticuatro horas te hemos capturado con todo. No hay caso: eres un cojudo.

(Sí, soy un cojudo, pero por culpa de Alicia y de Dora. Manos Voladoras también tiene la culpa. Siempre con la misma vaina: eres un Príncipe, eres un Príncipe. ¿Y cómo, en la Ciudad de los Reyes, un Príncipe
sin auto y sin plata?: la hueva, compadre).



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