Un personaje desquiciado que abusaba de los «gestos afeminados» y que se ganó su odio a golpe de gritos. Asà es como definió William Patrick Hitler a su tÃo Adolf (medio-tÃo, más bien) en las páginas de la revista «Look» el 4 de julio de 1939. El artÃculo que escribió causó furor a finales de los años treinta, pues desveló cómo era en la intimidad el hombre que dirigÃa Alemania. El mismo sujeto que, tan solo dos meses después, invadirÃa Polonia y harÃa estallar la Segunda Guerra Mundial.
La popularidad del texto estaba justificada, pues la relación que mantenÃan tÃo y sobrino era más que turbia. De hecho, se cuenta que el mismo William chantajeó al lÃder nazi cuando este era Canciller. Lo hizo exigiéndole que le diese un trabajo a cambio de no contar a nadie que su abuelo habÃa sido judÃo. Un rumor que, a dÃa de hoy, la historia no podido comprobar, pues todavÃa se desconoce quién fue el antepasado directo de «Führer». Pero una posibilidad que algunos historiadores consideran factible y que el mismo Adolf barajó en su momento.
A pesar de que el artÃculo (que incluÃa multitud de viñetas sobre el «Führer» en sus seis páginas de extensión) fue muy controvertido y vendido ese año, la llegada de la Segunda Guerra Mundial, la posguerra y el gélido enfrentamiento posterior con la URSS hicieron que cayera en el olvido. Al menos hasta ahora. Sin embargo, en los últimos dÃas (y tal y como han señalado varios diarios como el «National Post» o el «The Guardian») este reportaje ha vuelto ha ganarse un hueco en la actualidad gracias a que un librero de Canadá dice haber hallado entre unos viejos documentos uno de estos ejemplares de la revista «Look».
El reportaje será subastado a través de la Red por una puja inicial de 730 libras y la página encargada de venderlo será AbeBooks, desde donde esperan que el documento (titulado «¿Por qué odio a mi tÃo?») alcance una cifra superior. Independientemente de quién sea el comprador, lo cierto es que aquel que lo adquiera tendrá en sus manos un documento histórico de primera mano en el que William narró las visitas que hizo a la residencia privada del «Führer» en Berchtesgaden (en los Alpes Bávaros).
El medio sobrino
La historia de William está Ãntimamente ligada a la «pelÃcula de horror de la familia Hitler» (término que utiliza el autor Ron Rosembaum en su obra más famosa «Explicar a Hitler, los orÃgenes de la maldad»). De entre todo su entramado, la arista que más despunta es la de Alois, el padre de Adolf.
Y es que, este funcionario de aduanas tuvo hasta tres esposas a lo largo de su vida, asà como varios hijos de las mismas. La primera fue Anna Glasl-Hörer. Después de que esta falleciera en 1883, contrajo matrimonio con Franziska Matzelsberger (su antigua amante). De ella nació el medio-hermano del futuro «Führer», Alois -Jr-. Finalmente, y tras la muerte de la misma, subió al altar con Klara Pölzl, a quien dejó embarazada del futuro lÃder nazi.
Nuestro protagonista nació en Liverpool, como bien explica el periodista e historiador Jesús Hernández en su obra «100 historias secretas de la Segunda Guerra Mundial». Sin embargo, no tardó en abandonar la región y dirigirse hacia Alemania allá por 1929. «Ese año, Alois (Jr) invitó a su hijo, que contaba ya con 18 años, a visitarle en BerlÃn. La fama de Hitler ya habÃa llegado a Gran Bretaña, por lo que el joven llegó con la ilusión de conocer a su tÃo», completa Hernández, autor también del blog «Es la guerra».
En el verano de ese año, William visitó a su padre y a la mujer con la este que se habÃa casado. «Pasó ese verano con nosotros, aprendiendo el idioma y las historias de la familia Hitler. TenÃa todo el derecho del mundo a conocerlas», dijo uno de sus parientes tras la contienda. El joven se empapó, en definitiva, de la importancia de su tÃo y decidió arrimarse a él cuanto más pudiera.
A partir de entonces, se sucedieron los encuentros esporádicos entre ambos.
«Las relaciones entre tÃo y sobrino sufrirÃan un repentino congelamiento en 1933»Todos ellos son definidos por Hernández en «100 Historias Secretas de la Segunda Guerra Mundial». Y fueron cuanto menos curiosos. La primera vez que William quiso conocer a Adolf (en los años 30), hizo cola durante varias horas para poder verle tras un mÃtin… y no lo logró. La segunda ocasión (en 1931) fue mejor, pues ambos charlaron durante rato de forma amigable. Sin embargo, parece que después la relación volvió a tensarse. Todo, en palabras de Hernández, debido a que el «Führer» no querÃa que asociasen su nombre a un apellido tan «british» como el de Patrick.
«Las relaciones entre tÃo y sobrino sufrirÃan un repentino congelamiento en 1933. Hitler habÃa sido nombrado Canciller y este hecho supuso un giro brusco de las relaciones del dictador con sus parientes. Consciente de que cualquier cabo suelto en sus relaciones familiares podÃa poner en peligro su vertiginosa carrera polÃtica, decidió abrir cortafuegos que impidiesen alguna incómoda revelación», añade Hernández.
Finalmente, en 1936 Adolf Hitler «recibió a su sobrino, pero para decirle que entre ambos no existÃa ningún lazo de parentesco» y que no querÃa volver a verle.
Los encuentros
Uno de los encuentros que William narra en su artÃculo es el que Hernández fecha en 1931. Fue los más pacÃficos. «Ese dÃa comimos pasteles con crema batida, el postre favorito de Hitler. Me impresionó su intensidad, pero también sus gestos femeninos. HabÃa caspa en su abrigo», destacó William. Además, afirmó que «Hitler me autografió una fotografÃa que dio a mi padre».
Con todo, ese dÃa no fue sencillo para Adolf, como bien apostilla William en su texto: «Cuando visité BerlÃn en 1931, la familia estaba en problemas. Geli Raubal [la amada sobrina de Adolf] se habÃa suicidado. Y todo el mundo sabÃa que ella y Hitler [Adolf] habÃan sido Ãntimos y que ella estaba esperando un niño. Un hecho que enfureció mucho a Hitler [Adolf]».
Tras regresar de Alemania, William tuvo la idea de viajar de medio de comunicación en medio de comunicación presentándose como el sobrino de Hitler, el gran Canciller. «Publiqué algunos artÃculos sobre mi tÃo cuando volvà a Inglaterra», afirmó.
La idea le trajo problemas, pues fue llamado de nuevo por Adolf, como él mismo relata: «Cuando volvà a Inglaterra fui convocado de nuevo a BerlÃn y llevado con mi padre y con mi tÃa a su hotel. Estaba furioso. Mientras paseaba de un lado a otro, con los ojos desorbitados y llenos de lágrimas, me hizo prometer que me retractarÃa de lo dicho en los artÃculos. Además, amenazó con matarme si escribÃa algo más de su vida privada».
Su situación se mantuvo frÃa hasta 1936, cuando William volvió a visitar a Hitler en su residencia de Berchtesgaden. «Vi la nueva casa en 1936. Llegué allà con mis amigos y me enseñaron el jardÃn. Hitler estaba entreteniendo a algunas mujeres muy hermosas. Tomaban té. Cuando nos vio subió y aprovechó la ocasión para decirme que jamás volviera a mencionar que era su sobrino», añade en el artÃculo de «Look».
Ambos mantuvieron todavÃa un encuentro más -al menos, documentado por William-. «Nunca olvidaré la última vez que nos vimos. Él estaba de un temperamento brutal y de muy mal humor cuando llegué. Caminaba de un lado a otro blandiendo una fusta… Me lanzaba insultos a la cara como si estuviera gritando un discurso polÃtico (…). Ese dÃa me hizo temer por mi integridad fÃsica», dejó escrito en «Look». TÃo y sobrino jamás volvieron a verse.
El chantaje
Además de lo que se puede leer en la revista (la competencia directa de «Life» en aquellos años) William se hizo famoso posteriormente porque, según algunos autores, chantajeó a Hitler para que este le diera un puesto de trabajo en alguna empresa alemana. A cambio, y siempre según las diversas teorÃas que existen en torno a este tema (más que variadas), le habrÃa ofrecido no desvelar que su abuelo (el de un dictador que centraba sus ideas en el antisemitismo) era realmente judÃo.
Las teorÃas sobre este chantaje están ampliamente documentadas en los libros de Rosembaum y Hernández (en el caso de este último, en su obra «Breve historia de Hitler»). A su vez, se barajan también en los datos ofrecidos por el «United States Holocaust memorial museum». Esta institución afirma en su dossier «Primeros años de Adolf Hitler» que Alois (padre) creó un misterio sobre quién era realmente su progenitor (el abuelo de Adolf) al cambiarse el apellido: «Alois Schickelgruber cambió su nombre en 1876 por Hitler, el nombre de pila del hombre que se casó con su madre cinco años después de su nacimiento. La ilegitimidad de Alois Hitler darÃa lugar ya en la década de 1920 -y aún presente en la cultura popular actual- a la especulación de que el abuelo de Hitler era judÃo».
«Alois Schickelgruber cambió su nombre en 1876 por Hitler, el nombre de pila del hombre que se casó con su madre cinco años después de su nacimiento»A dÃa de hoy, se barajan tres posibilidades sobre quién fue realmente el abuelo de Adolf Hitler y, por tanto, el padre de Alois. La primera afirma que el tÃtulo recaerÃa sobre Johann George Hiedler (también Johann George Hitler). Sin embargo, este hombre jamás reconoció su paternidad en vida. La segunda es que fuera Johann Nepomuk, quien «adoptó» a Alois cuando su madre falleció.
«La tercera decÃa que el abuelo de Hitler era un judÃo. Esta teorÃa nació a principio de la década de los 20. Coincidiendo con el ascenso polÃtico de Hitler, comenzaron a circular rumores que apuntaban en este sentido. En los años 30, la prensa sensacionalista británica recogió esos rumores, lanzando rumores que situaban el origen de Hitler en una familia judÃa de Bucarest o afirmando que su abuela quedó embarazada mientras servÃa en la casa del barón Rothschild en Viena», añade Hernández.
Esta última teorÃa no fue más que una hipótesis hasta que se dieron a conocer, tras la Segunda Guerra Mundial, las memorias del general Hans Frank (juzgado en Núremberg). En palabras del historiador español, el militar confirmaba que Adolf Hitler le habÃa enseñado una carta en la que William le chantajeaba con desvelar la verdadera identidad de su abuelo judÃo. «Siempre según Frank, Hitler le encargó investigar este punto», añade el experto.
El oficial, al parecer, descubrió que la abuela del «Führer» habÃa dado a luz a Alois cuando trabajaba para una familia judÃa, los Frankerberger. Y quien la habÃa dejado embarazada… era el hijo de aquellos ricachones.
Aunque la historia levantó ampollas tras la Segunda Guerra Mundial, Hernández no es partidario de que fuera real: «En la década de 1830 no habÃa en Graz ninguna familia judÃa que se apellidase Frankerberger. De hecho, no habÃa ningún judÃo en esa región», añade el historiador. Asà pues, y aunque el lÃder nazi creÃa probable que su pasado fuese judÃo, a dÃa de hoy esta es una posibilidad más que difÃcil.
FUENTE: ABC