Imposible olvidar que cuatro años antes, argentinos y británicos se habÃan enfrentado a muerte en la guerra de Malvinas. Estaba muy fresca la derrota de las tropas argentinas del dictador Leopoldo Galtieri y esto parecÃa una revancha. Pero, como dirÃa más tarde Maradona, “la pelota no se mancha”.
El gran capitán admite en su flamante libro evocativo ‘Mi Mundial, mi verdad” que los jugadores pensaban “hacerle honor a la memoria de los muertos”, en combate. Pero sostiene que “aquel era un partido de fútbol y asà lo interpretamos todos”.
Hay que vivir en el Tercer Mundo y nacer como Maradona en Fiorito, una ‘villa miseria’ (barriada pobre de caserÃos precarios), para entender lo que en Argentina se llama “viveza criolla”. Es una pillerÃa aprendida gambeteando la pobreza y la penuria.
No lo ve casi nadie. Ni siquiera Shilton. El estadio estalla en grito de gol. Sólo Terry Fenwick corre desesperado detrás del árbitro tunecino Ali Bennaceur y protesta. “No vi la mano, volverÃa a convalidarlo”, confesó años más tarde el colegiado.
Deja en el camino a Peter Beardsley, a Peter Reid, a Terry Butcher dos veces, a Fenwick y a Shilton. La empuja a la red con “tres dedos” (punta externa del botÃn), recuerda el exjugador.