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Chet Baker regresa al cine con Born to be blue
19/04/2016 Espectáculos

Escrito y dirigido por Robert Budreau, protagonizado por Ethan Hawke (Gattaca, Antes del amanecer, Boyhood…) y recientemente presentado en el Festival de Toronto, el biopic sobre el trompetista se centra en su actividad en la segunda mitad de los sesenta.

Estaba claro que una vida novelesca como la de Chet Baker (1929-1988) no tardaría en ser llevada al cine, un medio que conoció bien, ya que “el James Dean del jazz” realizó algunos trabajos como actor, además de protagonizar el recordado documental Let’s get lost (1988) con la cuidada fotografía de Bruce Weber.

Por otra parte, no es este el primer acercamiento de Budreau al universo de este músico de jazz. En 2009 recreó los últimos días del trompetista en el corto The Deaths of Chet Baker.

Las primeras reseñas del filme destacan el convincente trabajo de Hawke (protagonista también en Regresión, la última película de Amenábar), por lo visto, en uno de los mejores papeles de su carrera. Completan el reparto: Carmen Ejogo, Callum Keith Rennie, Stephen McHattie, Janet-Laine Green, Tony Nappo, Tony Nardi, Charles Officer, Katie Boland, Janine Theriault, Dan Lett y Joe Condren.

“Decidí hacer esta película”, razona el protagonista Ethan Hawke, “porque de alguna manera en Baker la leyenda y la música son lo mismo. Acercarse a su vida o a lo que sabemos de ella es una manera de tocar su música”. La declaración, a su manera, ofrece la clave tanto de la propia cinta como de la manera correcta de leer la existencia torturada del hombre que mejor cantó My funny Valentine. Y ahí el acierto de una producción que huye del rigor del drama biográfico (biopic) como de la peste. No se trata de recorrer las simas de un hombre enganchado al fantasma de su autodestrucción, sino de acariciar, aunque sea un instante, el sentido mismo del caos. Suena poético y, en realidad, duele más.

En todo momento, Budreau y Hawke, en una de las más encendidas interpretaciones del año, son conscientes de que antes de ellos existió un documental titulado Let’s get lost. Las referencias visuales y, si se quiere, la evidencia de la textura de la piel del celuloide firmado por Bruce Weber están ahí. De alguna manera, esta cinta anterior firmada en 1988 definió al mito para siempre. Y sin remedio. Por ello, cada fotograma de Born to be blue no hace sino continuar la narración como si se tratara de una variación de la propia trompeta de Baker sobre un estándar ya clásico.

En sus memorias, Baker intentó una definición de su estilo. “Me da la sensación de que la mayoría de la gente se deja impresionar sólo con tres cosas: la rapidez con la que toques, los agudos que consigas y la fuerza y el volumen que le saques al instrumento. A mí eso me resulta un tanto exasperante…”. En la definición se escapaba no sólo una descripción digamos técnica de su saber como, más allá, la perfecta pintura de un hombre convencido de la oscuridad, el vértigo y, finalmente, el vacío. “Hemos llegado a ese momento de la noche en que nos queda poco tiempo, así que les rogaría se hiciera el silencio”, dijo. Chet Baker.

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