“Fue una experiencia tan traumática que es todavÃa irreal, como si no hubiera pasado”, contó Woolley, que trabajaba con la organización Compassion International. Después de un dÃa de rodaje para un documental sobre la pobreza en el paÃs, el 12 de enero del año pasado se dirigÃa hacia el ascensor del hotel cuando las paredes se derrumbaron a causa del devastador terremoto de 7 grados de magnitud que causó más de 300 mil muertos. Sus siguientes 65 horas bajo los escombros en un pequeño espacio son relatadas en Unshaken (“no sacudido”), el libro que acaba de publicar en Estados Unidos.
En el derrumbe, quedó arrinconado en un claustrofóbico espacio entre los escombros, donde solo sentÃa un dolor en la cabeza y una pierna. Las pesadillas sobre aquella experiencia son cada vez menos frecuentes. “Ahora sólo vuelven cada dos o tres semanas. Las del principio fueron las más terribles”, recordó.
“Literalmente creà que si no intentaba mantenerme vivo, morirÃa”, afirmó Woolley, padre de dos niños, quien utilizó todos los recursos de la tecnologÃa que tenÃa a su alcance para sobrevivir. Primero se sirvió de su cámara para alumbrar con el flash el laberinto de piedras que le rodeaba y, sacando fotografÃas, fue guiándose y arrastrándose a través de un oscuro túnel que le permitió acomodarse en el hueco del ascensor.
Desde aquel refugio improvisado siguió las instrucciones de una aplicación sobre primeros auxilios de su teléfono iPhone. Paso a paso consiguió realizarse un torniquete en la pierna con un cinturón y frenar la hemorragia de la cabeza. Las convulsiones cesaron, pero su cuerpo se debilitaba. Siguió los consejos de su móvil y programó la alarma de su teléfono para que sonara cada veinte minutos y evitar quedarse dormido.
El peor momento de los casi tres dÃas que pasó enterrado fue poco después del desastre, cuando escuchó a un equipo de rescate que se aproximaba y se convenció de que su salida era inminente. “Pensé que en dos horas estarÃa con mi familia, pero el equipo se fue y de repente no sabÃa dónde estaba. Fue el peor momento. Fue tener esa esperanza del rescate y después me la quitaron de un plumazo. Entonces sà que sentà que iba a morir”, explicó.
La espera continuó. Pensaba que estaba solo, pero agudizando el oÃdo consiguió comunicarse con otros atrapados dando golpes con ladrillos contra las ruinas y con gritos de socorro. “Gritaba y otros atrapados empezaron a hacer lo mismo. Nos coordinábamos y trabajábamos juntos para que la gente en el exterior nos pudiera escuchar”, recontó.
De algunos de ellos escuchó sus últimas palabras. Las voces se fueron apagando a medida que pasaban las horas, pero la suya se mantuvo hasta que un equipo de franceses lo encontró. “TodavÃa no me lo creo. Mis dos cicatrices me recuerdan que fue real”, expresó.
“Durante esas 65 horas pude sentir por primera vez en carne y hueso sólo un poco del sufrimiento de los haitianos”, concluyó. (EFE)