BALTIMORE, Maryland, EE.UU. (AP) – Tras despertar de la anestesia, Sandy Wilson descubrió que era paciente de uno de los hospitales donde habÃa trabajado como enfermera.
Recuerda haber dado a luz y después le dijeron que habÃa sufrido una infección. Sin embargo, nada pudo prepararla para lo que verÃa debajo de las sábanas: las bacterias se la estaban comiendo viva.
“Cuando me miré la barriga, básicamente la piel ya no estaba y podÃa ver mis órganos internos”, dijo. “Recuerdo haber visto mis intestinos. Pensé ‘No hay forma de que pueda vivir asÃ. Esto es una sentencia de muerte'”.
Nadie sabe como Wilson adquirió la fascitis necrotizante, el nombre formal de la infección. El problema empezó después de que su hijo Christopher naciera por cesárea el 1 de abril de 2005. Wilson sufrió un problema de coagulación y le inyectaron componentes de sangre de cientos de donantes.
Tras varias semanas, fue enviada a casa pero sólo duró allà dos dÃas. Los fluidos crecÃan alrededor del área donde fue operada y su presión sanguÃnea cayó en picado. Buscó ayuda de emergencia en un hospital de Annapolis, en Maryland. Iba a ser operada pero los médicos la cosieron cuando se dieron cuenta del problema.
Pocas cosas se temen más que esta infección en el mundo de la medicina.
La fascitis necrotizante ataca de repente, sobre todo a obesos, diabéticos, pacientes de cáncer, quienes recibieron un trasplante y otras personas con sistemas inmunes débiles. La infección mata a un 20% de sus vÃctimas y desfigura horriblemente a los demás.
La infección solÃa ser causada casi exclusivamente por un tipo de bacterias. Ahora la tendencia es más terrorÃfica: Los microbios resistentes a las medicinas, como el germen estafilococo MRSA, son cada vez más capaces de generar toxinas que se alimentan de carne humana y que provocan infecciones tan graves como la de Wilson.
Para curarla, los médicos cortan tejido muerto, pero la infección avanza a menudo cuando creen que ya han quitado todo el tejido enfermo que habÃa.
Las bacterias devoraron a Wilson, de 34 años, centÃmetro a centÃmetro. Primero acabaron con el bazo, la vesÃcula biliar y el apéndice. Después parte de su estómago y finalmente sus intestinos.
Durante cinco años, fue sometida a múltiples operaciones, incluido un inusual trasplante de órganos. Durante todo ese tiempo, vivió en hospitales y centros de rehabilitación, alimentada por tubos, y sin poder estar con su hijo.
“Era como si me estuviera pudriendo por dentro”, dijo.
Ahora, Wilson ha de tomar medicinas el resto de su vida. Su barriga es un conjunto de cicatrices que divierten a su hijo.
Su objetivo ahora es sorprendente: Volver a trabajar como enfermera, posiblemente en el mismo hospital donde también fue paciente.
“Me gustarÃa poder ayudar a alguien que también hubiera pasado por esto”.