El escritor peruano Enrique Congrains nació en Lima en 1932 y falleció en Cochabamba el 6 de julio del 2009.
Con Carlos Eduardo Zavaleta, Oswaldo Reynoso o Julio Ramón Ribeyro, formó parte de la narrativa “realista urbana” limeña.
Su cuento “El niño de junto al cielo” (1954) es infaltable en los textos escolares peruanos. “En cuanto a “El niño de junto al cielo”, el cuento “oficializado”, en el sentido de que aparece en todas las antologías, eso me parece pura pereza mental de los antologadores, porque para mí no es el mejor cuento. Mi mejor cuento es “Domingo en la jaula de cera”, que no aparece en Lima hora cero, sino en una antología del cuento hispanoamericano”, señaló Enrique Congrains en una entrevista.
Su novela No una sino muchas muertes (1958) sirvió de base a la película Maruja en el infierno (1983) de Francisco Lombardi.
En la misma entrevista habló sobre las influencias en su obra: “Evidentemente fui marcado por dos autores: John Steinbeck (Las viñas de la ira) y Erskine Caldwell (El camino del tabaco). También veía cine italiano. Sin embargo, creo que más fuerte era la realidad de Lima en esos años, porque veo en éstos esa mirada neorrealista, hasta naturalista, para revelar la miseria moral de la gente.
Toda mi obra narrativa constituye en el fondo un rechazo al mundo de clase media de donde yo provengo. Como anécdota, antes de publicar No una, sino muchas muertes se la di a leer a mi madre y a mi hermano. Ellos me sugirieron que no lo publicase porque les pareció una novela demasiado chocante. En el prólogo que hace Mario Vargas Llosa, dice que es una novela muy fuerte. No creo que ello sea así. Ha pasado mucho tiempo, pero en el caso de esta novela, el papel de Maruja tiene algo que ver con las mujeres líderes en los asentamientos humanos.
También hay otro elemento de premonición, esta vez de tipo ecológico. Un gran amigo mío, Gregorio Martínez, encuentra que “Kikuyo” —no el libro sino el cuento— trata sobre el reino vegetal en pugna con el mundo humano. Cuando yo lo escribí, la idea de ecología no existía. De hecho, el primer libro que se escribe en el mundo sobre esta problemática se titula Primavera silenciosa, de Rachel Carson”.
Más adelante, agregó: “No hubiera escrito estos libros si no fuera por la tremenda influencia que yo recibí: la figura periodística de Alfonso Tealdo. Él creó dos revistas muy importantes que, por lo menos en mi caso, tuvieron un impacto determinante: una se llamaba Ya y la otra Pan, publicaciones de crítica social muy avanzada. El cuento “Lima hora cero” está inspirado en una nota que sale en Ya acerca de una invasión junto al Rímac. Eran revistas en los antípodas de Etiqueta Negra o Gatopardo. Otra figura capital, que se portó muy generosamente conmigo, fue Sebastián Salazar Bondy. Él y Juan Mejía Baca me apoyaron mucho para promover mi obra”.
El poeta y crítico Washington Delgado comentó sobre Enrique Congrains en su libro Historia de la Literatura Republicana lo siguiente: “Es un personaje curioso de la literatura peruana. Escritor puramente intuitivo y autodidacta percibió con gran lucidez los problemas más agudos de la ciudad de Lima. Observador acucioso y andariego, recorrió muchas veces los barrios marginales y convivió con los personajes del cinturón miserable que rodea la capital. Fruto de sus observaciones son sus libros de cuentos Lima, Hora Cero y Anselmo Amancio, pero sobre todo hay que destacar su novela No una sino muchas muertes en la que, a pesar de ciertas imperfecciones en el lenguaje y en la técnica narrativa, asistimos a una poderosa evocación del mundo dramático y terrible de las nuevas barriadas limeñas, superpobladas por los emigrantes que abandonan las empobrecidas tierras de la sierra peruana para buscar el trabajo esquivo y la fortuna inalcanzable en una gran urbe inhumana. Congrains propiamente inaugura el predominio de la novela urbana en el Perú”.
Luego de un largo silencio literario de cinco décadas de silencio literario, en 2008, publicó El narrador de historias, una novela futurista cuya trama se desarrolla en el año 2075 en Sudamérica, y “999 palabras para el planeta Tierra”.
EL NIÑO JUNTO AL CIELO (Fragmento)
Eso era Lima. Lima. Lima?… La palabra le sonaba a hueco. Recordó: su tío le había dicho que Lima era una ciudad grande, tan grande que en ella vivían un millón de personas. ¿La bestia con un millón de cabezas? Esteban había soñado hacía unos días. antes del viaje, en eso: una bestia con un millón de cabezas, y ahora él. con cada paso que daba. Iba Internándose dentro de la bestia. (…) Desde hacía meses, cuando se enteró de la decisión de su tío de venir a radicarse a Lima. venía averiguando cosas de la ciudad. Fue así como supo que Lima era muy grande, demasiado grande, tal vez; que había un sitio que se llamaba Callao y que ahí llegaban buques de otros países; que había lugares muy bonitos, tiendas enormes, calles larguísimas… ¡Llma…Í Su tío había salido dos meses antes que ellos con el propósito de conseguir casa. Una casa. ¿en qué sitio será. le había preguntado a su madre. Ella tampoco sabía. Los días corrieron y después de muchas semanas llegó la carta que ordenaba partir. ¡Llma…Í ¿El cerro del Agustino. Esteban? Pero él no lo llamaba así. Ese lugar tenía otro nombre. La choza que su tío había levantado quedaba en el barrio de Junto al Cielo. Y Esteban era el único que lo sabía. (…) Esteban había almorzado apresuradamente y le había vuelto a pedir permiso a su madre para bajar a la ciudad. Su tío no almorzaba con ellos, pues en su trabajo le daban de comer gratis, completamente gratis, como había recalcado al explicar su situación. Esteban bajó por el sendero ondulante, saltó la acequia y se detuvo en el borde de la carretera. Justamente en el mismo lugar en que había encontrado, en la mañana, el billete de diez soles. Al poco rato apareció Pedro y empezaron a caminar Juntos. Internándose dentro de la bestia de un millón de cabezas. -Vas a ver qué fácil es vender revistas.. Esteban. Las ponemos en cualquier sitio, la gente las ve y, listo, las compra para sus hijos. Y si queremos nos ponemos a gritar en la calle el nombre de las revistas, y así vienen más rápido… ¡Ya vas a ver qué bueno es hacer negocios…! -¿Queda muy lejos el sitio? Preguntó Estteban, al ver que las calles seguían alargándose casi hasta el Infinito. Qué lejos había quedado Tarma. qué lejos había quedado todo lo que hasta hacía unos días había sido habitual para él. -No. ya no. Ahora estamos cerca del trannvía y nos vamos gorreando hasta el centro. -¿Cuánto cuesta el tranvía? “¡Nada. hombbrel -y se rió de buena gana-. Lo tomamos no más y le decimos al conductor que nos deje ir hasta la Plaza San Martín. Más y más cuadras. Y los autos, algunos viejos, otros increíblemente nuevos y flamantes, pasaban veloces, rumbo sabe Dios dónde. -¿Adonde va toda esa gente en auto? Pedrro sonrió y observó a Esteban. Pero. ¿adonde iban realmente? Pedro no halló ninguna respuesta satisfactoria y se limitó a mover la cabeza de un lado a otro. Más y más cuadras. Al fin terminó la calle y llegaron a una especie de parque. -¡Corre! -le gritó Pedro, de pronto. El tranvía comenzaba a ponerse en marcha. Corrieron, cruzaron en dos saltos la pista y se encaramaron al estribo. Una vez arriba se miraron, sonrientes… Esteban empezó a perder el temor y llegó a la conclusión de que seguía siendo el centro de todo. La bestia de un millón de cabezas no era tan espantosa como había soñado, y ya no le importaba estar siempre, aquí o allá en el centro mismo, en el ombligo mismo de la bestia. Parecía que el tranvía se había detenido definitivamente, esta vez. después de una serle de paradas. Todo el mundo se había levantado de sus asientos y Pedro lo estaba empujando. -Vamos, ¿qué esperas? -¿Aquí es? -Claro, baja. Descendieron y otra vez a rodar sobre la piel de cemento de la bestia. Esteban veía más gente y las veía marchar -sabe Dios dónde- con más prisa que antes. ¿Por qué no caminaban tranquilos. suaves, con gusto, como la gente de Tarma? (…) Habían llegado al lugar. Tras el portón se veía un patio más o menos grande. puertas, ventanas, y dos letreros que anunciaban revistas al por mayor. -Ven. entra -le ordenó Pedro. Estaban addentro. Desde el piso hasta el techo había revistas y algunos chicos como ellos, dos mujeres y un hombre, estaban seleccionando lo que deseaban comprar. Pedro se dirigió a uno de los estantes y fue acumulando revistas bajo el brazo. Las contó y volvió a revisarlas. -Paga. Esteban vaciló un momento. Desprenderse del billete anaranjado era más desagradable de lo que había supuesto. Se estaba bien teniéndolo en el bolsillo y pudiendo acariciarlo cuantas veces fuera necesario. -Paga -repitió Pedro, mostrándole las reevistas a un hombre gordo que controlaba la venta. -¿Es justo una libra? -Sí. Justo. Diez revistas a un sol cada una.. Oprimió el billete con desesperación. pero al fin terminó por extraerlo del bolsillo. Pedro se lo quitó rápidamente de la mano y lo entregó al hombre. -Vamos -dijo Jalándolo. Se instalaron en la Plaza San Martín, y alinearon las diez revistas en uno de los muros que circundan el jardín. Revistas. Pedro sacó un sol de su bolsillo y explicó: -Esto es de los dos cincuenta de mi ganaancia, ¿ya? -Sí. ya sé. -¿Ves ese cine? -preguntó Pedro señalanddo a uno que quedaba en la esquina. Esteban asintió. Bueno, sigues por esa calle y a mitad de cuadra hay una tiendecita de japoneses. Anda y cómprame un pan con Jamón y tráeme un plátano y galletas, cualquier cosa. ¿ya Esteban? -Ya. Recibió el sol. cruzó la pista, pasó por entre dos autos estacionados y tomó la calle que le había Indicado Pedro. Sí, ahí estaba la tienda. Entró. -Déme un pan con jamón -pidió a la muchaacha que atendía. Sacó un pan de la vitrina, lo envolvió en un papel y se lo entregó. Esteban puso la moneda sobre el mostrador. -Vale un sol veinte -advirtió la muchachha. “¡Un sol veinte! -devolvió el pan y quedó indeciso un instante. Luego se decidió: -Déme un sol de galletas, en tonces. Tenía el paquete de galletas en la mano y andaba lentamente. Pasó Junto al cine y se detuvo a contemplar los atrayentes avisos. Miró a su gusto y. luego, prosiguió caminando. ¿Habría vendido Pedro la revista que le quedaba? Más tarde, cuando regresara a Junto al Cielo, lo haría feliz, absolutamente feliz. Pensó en ello. apresuró el paso. atravesó la calle, esperó a que pasaran unos automóviles y llegó a la vereda. Veinte o treinta metros más allá había quedado Pedro. ¿O se había confundido? Porque ya Pedro no estaba en ese lugar, ni en ningún otro. Llegó al sitio preciso y nada. ni Pedro, ni revistas, ni quince soles, ni… ¿Cómo había podido perderse o desorientarse? Pero. ¿no era ahí. donde habían estado vendiendo revistas? ¿Era o no era ? Miró a su alrededor. Sí. en el Jardín de atrás seguía la envoltura de chocolate. El papel era amarillo con letras rojas y negras. y él lo había notado cuando se instalaron, hacía más de dos horas. Entonces, ¿no se había confundido? ¿Pedro, y los quince soles, y la revista? (…)
hola
soiy tu admirsdora secreta y quisiera conocerte bien cvomo gran persona q eres y apoyas alos demas
me parese bien loq ases y q esta de
lo mejor q es una obra muy buena recomiendo alos demas q lo lean !!
esta muy bueno el cuento me parecio xevere bye
esta xereve..jjjee=)