LIMA –
La Asamblea de las Falklands (Malvinas) plantea convocar el primer referendo en esta isla para definir sobre su status, aunque no queda claro cuáles van a ser las preguntas. En torno a ello el gobierno británico pretende justificar una legitimidad para seguir administrando a ese archipiélago que está a unos 12,000 kilómetros de sus costas.
Mientras tanto, la presidenta argentina insta ante las Naciones Unidas para que éstas apliquen los procedimientos para su descolonización.
El mayor argumento del Reino Unido es que hay que respetar la democracia, aunque este país nunca ha electo a su jefatura de Estado ni a su Cámara Alta y las Malvinas apenas tienen 3,000 habitantes, una gran parte de ellos personal militar o transitorio británico.
Un número tan efímero no conforma una nación o siquiera una población que pueda tener una universidad, catedral o estadio deportivo. Esta situación es distinta en relación a otras antiguas colonias británicas (como Guyana, Trinidad y Tobago y Belice) que antes fueron parte de sus países hispanos vecinos (como Venezuela en los dos primeros casos y Guatemala en el tercero) pero cuya población se cuenta en los centenares de miles y tiene una historia propia marcada.
La comunidad internacional no secundó a Guatemala cuando esta quiso anexarse Belice, la misma que hasta 1981 fue una dependencia británica que ocupaba casi toda la costa caribeña que separaba a dicho país del Atlántico. Esto debido a que los beliceños (que hoy se cuentan en un tercio de millón) tenían una nutrida población con su propia cultura, la misma que deseaba integrarse al concierto regional. Hoy Belice es el único país de lengua oficial inglesa del Secretariado de Integración Centro Americano. Trinidad y Tobago y Guyana son repúblicas con más de un millón de ciudadanos teniendo Caracas que aceptar la independencia de ellas, limitándose a mantener una zona de reclamo con su vecino occidental con el cual mantiene relaciones.
Los malvinenses, aparte de ser tan pocos que no pueden aspirar a ser una nación, no desean insertarse en su continente (Suramérica) con su propia identidad, sino seguir siendo una dependencia ultramarina de un Estado que está en el extremo opuesto del planeta, sin mayor conexión vial con este y sin tener un solo representante dentro de los alrededor de 1500 parlamentarios que tiene ese país. La voluntad de la población no ha sido tomada en cuenta siempre por el Reino Unido para adoptar canjes territoriales, como es el caso de Diego García, a cuya población nativa removió e impide retornar para haber alquilado dicho archipiélago a una base militar de EE.UU.
El gobierno británico constantemente acusa al argentino de ser amenazador y hasta colonialista, todo ello les crea más dificultades que beneficios en sus intentos de ligarse a una América Latina que, a diferencia de Europa, está en auge económico.