Sufrió resbalón y nos hizo vibrar de emoción al decir «llevo al Perú en mis entrañas»
Se le quebró la voz, los ojos se le enrojecieron y las lágrimas cayeron por el rostro de Mario Vargas Llosa, el escritor peruano que nos ha llenado de orgullo cuando recordó a su patria y mencionó a Patricia Llosa, su compañera por 45 años y madre de sus hijos, durante el emotivo discurso de aceptación del premio Nobel de Literatura que ofreció ayer en Estocolmo, Suecia.
Pese a estar acostumbrado a grandes y selectos auditorios, el autor de «La ciudad y los perros» no pudo contener la emoción al leer su discurso «Elogio de la lectura y la ficción». Y no era para menos, el Nobel es el mayor reconocimiento a su carrera literaria, honor compartido y que ha hecho suyo todo el pueblo peruano.
Luciendo un traje azul oscuro, camisa celeste y corbata gris, el escritor de 74 años habló en español en el Gran Salón de la Academia Sueca, donde la mayoría de la audiencia era de habla hispana, no se empleó traductor y aquellos que no hablaban castellano recibieron copia del discurso en sueco e inglés.
En las primeras filas su esposa Patricia, sus hijos Alvaro, Gonzalo y Morgana, así como otros familiares, y su gran amigo Fernando de Szyszlo, tampoco pudieron dejar de emocionarse cuando Vargas Llosa habló sobre el suelo que lo vio nacer.
«Al Perú lo llevo en las entrañas. El Perú es para mí una Arequipa donde nací, pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis tíos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas…». «Es la Piura del desierto del algarrobo y el sufrido burrito al que los piuranos de mi juventud llamaban ‘el pieajeno’, donde descubrí que no eran las cigüeñas las que traían los bebés, sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal».
Hizo un recorrido de su paso por el colegio en Piura, de sus primeros amores miraflorinos y de sus pinitos como periodista en el desaparecido diario La Crónica.
Pero el momento más emotivo, cuando se le quebró la voz, fue al referirse a su esposa. «El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico… Ella hace todo y lo hace bien… Es tan generosa que cuando cree que me riñe me hace el mejor de los elogios: Mario, para lo único que sirves es para escribir».
Este pasaje de su discurso, en el que también le agradeció a España por haberlo acogido, hizo que se rompiera la solemnidad de la ceremonia, pero fiel a sus principios en defensa de la democracia, también deseó que los nacionalismos, «plaga incurable del mundo moderno y también de España», no estropeen «esta historia feliz».
«Detesto toda forma de nacionalismo, ideología -o, más bien, religión- provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas», dijo el autor de «La tía Julia y el escribidor».
Asimismo, reflexionó sobre «los espantos» de nuestra época y citó a los «terroristas suicidas».
Alertó de que «nuevas formas de barbarie» proliferan «atizadas» por «el fanatismo», y sobre la multiplicación de «armas de destrucción masiva».