Viernes, 29 de Marzo del 2024
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Salen a la luz las atrocidades de los militares estadounidenses en la Alemania de posguerra

Publicado el 20/04/15

Un nuevo libro de una historiadora alemana afirma que los militares estadounidenses violaron en la Alemania de la posguerra hasta 190.000 mujeres. De este modo se desmitifica la idea de que los militares norteamericanos tuvieron un comportamiento ejemplar en el país perdedor de la Segunda Guerra Mundial.

La revista alemana ‘Der Spiegel‘ ha publicado recientemente un artículo que echa por tierra el mito de que los soldados estadounidenses desplegados en Alemania tras la Segunda Guerra Mundial se comportaron de manera altamente civilizada. El periodista Klaus Wiegrefe se refiere a los datos del libro ‘Als die Soldaten kamen’ (Cuando llegaron los soldados), de la historiadora alemana Miriam Gebhardt. La científica escribe que los propios alemanes se han creado la imagen de que los militares estadounidenses eran unos “buenos chicos que daban a probar chicle a todo el mundo”.

No obstante, la investigación histórica cita testimonios de sacerdotes católicos alemanes que aseguran que los militares estadounidenses son culpables de al menos 190.000 violaciones de mujeres alemanas en zonas controladas. Los abusos tuvieron lugar hasta el año 1955, cuando Alemania Occidental recuperó la soberanía, pero la mayoría de las violaciones ocurrió en los meses inmediatamente posteriores a la operación estadounidense en Alemania.

Gebhardt afirma que las fuerzas armadas estadounidenses consideraban los abusos a las mujeres alemanas como una especie de venganza contra Alemania por haber desatado la guerra. Según la historiadora, ningún soldado estadounidense fue castigadodebidamente.

“No había agua corriente y mi madre y yo habíamos salido a buscar agua con cubos. Al llegar al puente, los soldados americanos dijeron que mi madre debía pasar, pero que yo tenía que esperar allí. Mamá hizo ademán de volver atrás, pero la empujaron y la obligaron a atravesar el puente. Ella miraba hacia atrás sin perderme de vista, pero no podía hacer nada”. Así relata Elfriede Seltenheim el momento en que las tropas de los aliados occidentales, que habían ocupado su pueblo en Ostbrandenburg, la arrancaron del seno de su familia.

Tenía 14 años en aquel mes de febrero de 1945. Una fotografía tomada unos días antes, a modo de celebración del final de la II Guerra Mundial, la muestra con una tímida sonrisa y dos trenzas doradas que caen sobre sus hombros. Desde allí fue trasladada a un barracón en el que los soldados estadounidenses la violaron innumerables veces, día y noche, durante cuatro semanas.

“No recuerdo haber gritado ni una sola vez. Estaba aterrada”, dice. A sus 84 años, recuerda los hechos mientras limpia sus manos, una y otra vez, en la cobertura que protege el reposabrazos del sillón en el que repasa sus recuerdos. Cuando regresó a casa no se habló jamás del asunto, ni jamás desde entonces se le ha ocurrido reclamar ningún tipo de reconocimiento o indemnización. “Algo quedó muerto en mí”, trata de explicar ahora. “Perdí la sonrisa para siempre. Después perdí las lágrimas. Y le voy a decir una cosa: se puede vivir sin sonreír, pero no se puede vivir sin llorar“.

Setenta años después del final de la II Guerra Mundial sigue sin hablarse en voz alta en Alemania sobre las mujeres y niñas violadas por las tropas de ocupación. La familia de Elfriede, como muchas otras, sentía terror a la llegada de las tropas rusas porque entre pueblos y ciudades viajaban rápidamente las historias sobreviolaciones sistemáticas del ejército rojo. Los soldados americanos, sin embargo, fueron recibidos como liberadores y la propaganda ha dejado marcada en el ideario colectivo alemán la imagen del “amigo americano” como un soldado de ocupación que no cometió crímenes de guerra. La investigación de la historiadora alemana Miriam Gebhardt, cambia esa versión de la historia.

‘Es sólo el prinicipio’

Gebhardt, que por primera vez pone cifras a las violaciones masivas, calcula 860.000 en los meses posteriores al fin de la guerra. Al menos 190.000 de ellas fueron perpetradas por soldados americanos. “Pero estas cifras son sólo la punta del iceberg. La cifra oscura seguramente es muy superior al doble porque muchas mujeres y niñas prefirieron no hablar nunca de ello por vergüenza“, explica, al tiempo que señala que la publicación de su libro, Cuando llegaron los soldados, es “sólo el principio”.

“Durante la primavera de 1945 las tropas americanas tomaron uno a uno los pueblos y ciudades de Oberbayern. En la mayor parte de ellosno encontraron resistencia alguna e incluso eran recibidos con banderas americanas en las calles, de forma que se instalaban en el ayuntamiento y después los soldados pasaban casa por casa. Efectuaban un primer registro en busca de combatientes o de armas y, una vez comprobado que estaban a salvo, comenzaban el pillaje. Se apropiaban de relojes, bicicletas, radios, gafas de sol, joyas y cualquier objeto que les gustase como souvenir. Después violaban a mujeres y niñas antes de marcharse“. Así lo recuerda Charlotte W., que entonces tenía 18 años y que durante toda su vida ha asegurado que fue escondida a tiempo por sus padres.

“Esas mujeres han fingido que no ocurrió o han guardado silencio durante décadas por vergüenza. Es un síntoma común en la mayor parte de víctimas”, explica Gebhardt, cuyo objetivo con esta investigación es propiciar un reconocimiento para estas mujeres y para su sufrimiento, hasta ahora ignorado por las autoridades alemanas y por su- puesto por los responsables.

Dos soldados rusos acosan a una mujer alemana después de tomar Berlín.

La mayor parte de las violaciones las llevaron a cabo soldados rusos, un aspecto más documentado en la Alemania occidental. Pero nada se sabía hasta el momento de las tropelías cometidas por los americanos. “Yo misma me he sorprendido por la dimensión de estos crímenes”, admite la historiadora. Estas violaciones se prolongaron hasta 1955, cuando la región por fin recuperó su soberanía. Durante ese periodo de tiempo, 1.600.000 soldados estadounidenses estuvieron en territorio alemán.

Ni la administración alemana, inexistente, ni las tropas de ocupación llevaron registro de las violaciones. La mayor parte de las pruebas documentales las ha encontrado, explica, en los informes que realizó la Iglesia. El arzobispo de Múnich y Frisinga, ante lo que estaba ocurriendo en silencio, pidió a los sacerdotes llevar unregistro puntual sobre las actividades de los ejércitos extranjeros en la región y sus efectos sobre las comunidades. A estos registros que se conservan en Múnich pertenecen, por ejemplo, las anotaciones de Michael Merxmüller, párroco del pueblo de Ramsau, que el 20 de julio de 1945 escribió: “Ocho niñas y mujeres violadas, algunas de ellas en presencia de sus padres”.

El 25 de ese mismo mes, el padre Andreas Weingand, de un pueblo al norte de Múnich, escribía: “Lo más triste durante su paso fueron las violaciones de tres mujeres: una casada, una soltera, y una niña virgen de 16 años y medio. Todas cometidas por soldados americanos fuertemente embriagados”.

El padre Alois Schiml de Moosburg escribió el 1 de agosto de 1945: “Por orden del gobierno militar, una lista de todos los residentes y sus edades debe ser clavada en la puerta de cada casa. Como resultado de este decreto, (…) 17 niñas y mujeres (…) han debido ser llevadas al hospital, tras haber sido objeto de abusos sexuales repetidos”.

La víctima más pequeña registrada en estos documentos fue una pequeña de siete años que contrajo una grave enfermedad venérea. La mayor, una mujer de 69 años.

“A menudo las tropas americanas pedían a las autoridades locales personal femenino, grupos de mujeres de 15 en 15, supuestamente para atender en las tareas de secretariado o cocina. Era un tipo de trabajo forzoso que a menudo encubría violaciones indiscriminadas. Los grupos de mujeres rotaban, eran sustituidas cada 15 días y cuando volvían a casa guardaban silencio incluso con sentimiento de culpa”, describe la investigadora.

Además proliferaban las escapadas nocturnas en busca de mujeres indefensas. “Una noche llamaron a la puerta, eran siete soldados americanos armados. Exigieron que les preparasen comida y después violaron a mi abuela y a mi madre. Mi primo lo vio todo, pero nunca habló de ello. Mi madre y mi abuela tampoco”, relata Maximiliane, que creció sin saber que era hija de uno de aquellos desalmados. “Comencé a sospechar cuando, ya universitaria, quise hacer un viaje de estudios a EEUU… A mi madre aquello la desestabilizó por completo y después de varios meses y de mucha tensión, mi primo me contó lo que había detrás de todo aquello”.

Los soldados se vendían información, unos a otros, sobre en qué casas había mujeres y niños indefensos. “Lo que más me ha chocado todos estos años, desde que supe lo ocurrido, es que mi madre aceptó, sencillamente. En su concepción de las cosas, ellapertenecía al bando de los perdedores de la guerra y de alguna forma debía aceptar eso como un castigo. Nunca habló de ello”, lamenta Maximiliane.

 

 



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