El Gigante de Paruro, fotografiado por MartÃn Chambi en 1925, ha devenido uno de los Ãconos de nuestra –tentativa, acumulativa- identidad nacional. Parte de su éxito como sÃmbolo es que la imagen de un indÃgena fÃsicamente poderoso, pero vestido de harapos, es fácilmente decodificable dentro de una de las narrativas nacionales más socorridas: la del fracaso pese a la posibilidad de victoria. Pancho Guerra GarcÃa transforma el Ãcono original y propone, no uno, sino varios, que coexisten bajo los contornos reconocibles del Gigante. Al hacerlo, hombre alado, vara de medida original para las cosas de este nuevo Perú, busca reflexionar sobre (y desde) procesos sociales reales y masivos, en lugar de reiterar aquella vieja costumbre intelectual, la creación ex nihilo de nuevas utopÃas.
El Gigante de Pancho Guerra GarcÃa no es un ser utópico. No es ni siquiera un invento sobre el que el artista ponga un copyright intelectual o polÃtico porque –como otros de sus personajes- son orgánicos al proceso social que el artÃfice vive y acompaña. Sus escenas callejeras, kombis de la muerte, arcángeles descendidos y travestidos, son una formidable procesión que sólo es posible en el Perú donde los sentidos antiguos han dejado de valer y los sentidos nuevos son aún indescifrables o increados.
Lo que sà propone el artista, como varios de sus contemporáneos, es que cualquiera sea la reflexión que se haga sobre el este Ãcono, se haga en referencia a esta comunidad imaginada, fantasiosa, fetichista que llamamos Perú. Ahà donde el Gigante de Chambi emerge de la oscuridad del estudio, el Gigante de Guerra GarcÃa emerge de una bandera peruana o de un retablo ayacuchano. Es una identidad en búsqueda: un rostro y miles de rostros, marcas de género y vestido; una identidad y una escena callejera. No acumulo metáforas, tan al estilo en las presentaciones de arte: constato lo que veo y que cualquier visitante podrá ver en la muestra.